VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Realidades

Jon Asier Bárcena, 16 años

                Colegio Vizcaya (Bilbao)  

De cuando en cuando reflexiono sobre la hora semanal que dedico en Cruz Roja al voluntariado. Concluyo que empleo una doble moral al defender el reciclaje y permitir que en la residencia se tiren a la basura los papeles del bingo que organizamos. ¿De dónde me provendrá esa doble moral? ¿De quién la habré aprendido? ¿Será que veo la viga en el ojo ajeno pero no la paja en el propio?

Aún me acuerdo del taller de matemáticas en el que he participado. Para muchos fue una pérdida de tiempo digna de un empollón…, hasta que quedé primero en la Olimpiada Matemática del País Vasco. No es que mi victoria certificase la calidad del taller, pues ganadores de años anteriores pasaron por allí, sino que su tolerancia sólo está ligada al éxito. De hecho, un compañero participó secretamente en el taller por pavor al “qué dirán”. Pena que el lema que rige los corazones de muchos sea: “triunfa, y haz lo que quieras”.

Sin embargo, la doble moral no acaba aquí. Sus garras se extienden también a las instituciones. Conozco colegios en donde los profesores castigan a los alumnos por sacar un trozo de pan del comedor mientras se hacen locos ante el humo de tabaco que sale de los cuartos de baño. Será que su electricista quema muchos cables al intentar reparar todas las mañanas la misma avería. Ni que el lema de esas instituciones educativas fuese: “aparenta y haz lo que quieras”.

Mas la doble moral no termina aquí. Esta arma del diablo ha corrompido las almas de nuestros más ilustres conciudadanos. Rememoremos la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Muchos políticos, tras argumentar que el toro bravo es un animal con derechos y dignidad, decidieron no castigar los correbous. Parece que el toro no puede ser torturado a la española, pero sí a la catalana. Se les nota que defienden el: “gusta, y haz lo que quieras”.

Frente a esto sólo nos resta recuperar un sano espíritu crítico para denunciar públicamente aquello que sea injusto. Y, sobre cómo comportarnos nosotros mismos, permitan que me remita a la conocida frase de San Agustín: “ama y haz lo que quieras”.