IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Recuerdos de infancia

Aída García, 15 años

                  Colegio Los Tilos (Madrid)  

–Marta... ¡Marta! –gritó la profesora–. Atiende un poco, por favor. Es la tercera vez que te llamo la atención.

– Lo siento, de verdad.

Marta tenía dieciséis años y le gustaba estudiar. Los profesores se extrañaban al ver que últimamente no atendía en clase. Hacía dos semanas que estaba como ausente. Al finalizar matemáticas, Sofía se acercó a ella y le preguntó:

–¿Qué te pasa? Últimamente estás…, diferente.

–Es que, bah, déjalo… No tiene importancia, ya se me pasará.

–Nos conocemos desde los tres años, así que no me digas que no tiene importancia. Nunca te he visto tan en tu mundo –dijo Sofía.

–Son cosas de mi familia –Marta habló con voz débil –, asuntos personales.

–¿Les pasa algo a tus padres?

–No, no. Están bien.

–¿Entonces?

Marta se quedó un rato pensativa. Sofía no iba a cejar hasta averiguar qué le ocurría. Marta y Sofía eran amigas y vecinas, se conocían desde que Sofía se mudó al bloque de pisos donde vivía la familia de Marta.

-Vámonos a casa –le propuso Marta– y te lo cuento.

Se pusieron en camino. Durante los primeros minutos reinó entre ellas el silencio. Marta miraba al suelo pensativa, hasta que con un hilo de voz articuló una frase:

–Mi hermano mayor se va a otro país.

–¿Y cómo es eso?

–Han reducido la plantilla de la empresa en la que trabajaba mi padre y le han despedido. El sueldo de mi madre no llega para mantenernos a todos y a mi padre, que es mayor, nadie le quiere contratar. Así que mi hermano ha conseguido un trabajo fuera con el que podrá echarnos una mano.

–¿Desde cuándo tenéis problemas de dinero?

–Desde hace unos meses. Por eso no suelo quedar con vosotras, porque no dispongo de dinero para gastar.

–¿Por qué no me has dicho nada? –le echó en cara Sofía al tiempo que se detenían frente al escaparate de una pastelería–.Ven.

Sofía y Marta entraron en la pastelería. Sofía examinó el expositor repleto de dulces y pidió a la dependienta una palmera de chocolate y una caña de crema. Marta prefirió quedarse en la puerta. Sofía pagó y salieron de la tienda para continuar su camino. Entonces Sofía le tendió la palmera de chocolate.

–No tenías que… -protestó Marta.

–¿Recuerdas? –le cortó Sofía–. Cuando éramos pequeñas tu madre nos llevaba al parque y siempre nos compraba algún pastel. Aún recuerdo cuando quisimos bajar ésta calle corriendo y nos caímos de bruces. Tu madre nos limpió las rodillas y las manos.

–¿Y cuando nos encontramos una piedra redonda en el parque? Decíamos que era mágica…

–¿Y el día que cumpliste diez años? Tu madre preparó una tarta buenísima y acabamos rebañando en planto con los dedos.

–Sí, ensuciamos la mesa y mis regalos.

–¡Qué tiempo tan bonito!

Sofía había hecho reír y disfrutar a Marta durante un momento.

–Marta, ¿cuándo se va tu hermano?

-Empieza a trabajar el mes que viene, pero todavía no sé cuándo se marcha. Ni siquiera ha comprado el billete de avión.

–¿En qué empresa le han contratado?

–Es en una compañía discográfica. Mi hermano grabará las actuaciones de no sé cuántos cantantes en directo.

Llegaron a su bloque, subieron las escaleras hasta el piso de Marta, el segundo, se despidieron y Sofía siguió subiendo hasta su piso, el sexto. Al día siguiente, Sofía llamó al timbre, como siempre, para ir junto a su vecina hasta el colegio. La madre de Marta abrió la puerta y se sorprendió al encontrarse también con el padre de la muchacha.

–Buenos días Alfonso. ¿Qué tal estáis?

–Muy bien, Luisa. ¿Están tu marido y tu hijo mayor?

–Sí, claro.

–¿Podemos pasar?

Alfonso y Sofía se sentaron en un sofá. Marta se llevó una buena sorpresa al ver a todos reunidos en el salón.

–Marcos, amigo, ¿cómo te encuentras?

– Bien. ¿Qué pasa?

–Sofía me ha dicho que Diego se va a trabajar fuera y que tú, Marcos, no tienes trabajo y lo estáis pasando mal. Tomad.

Alfonso le tendió dos sobres, uno para Diego y otro para Marcos. Deduciendo que era dinero, Marcos se negó a aceptarlo.

–¿Acaso sabes lo que contienen? –preguntó Alfonso.

Marcos abrió uno de los sobres. No era dinero sino un documento con el sello de la empresa de Alfonso.

–¿Es un contrato?

–Necesito un cámara para un nuevo programa de televisión que vamos a producir y un coordinador para los contenidos que emitiremos.

–Pero…

–Tú tienes mucha experiencia –le cortó–. Como coordinador, has ejercido ese puesto en un colegio y después en una multinacional. Diego está estudiando periodismo y pienso que así puede aprender sin necesidad de abandonar sus estudios. Si este trimestre logra algún sobresaliente, estoy dispuesto a concederle una beca de estudios.

Marta no pudo contenerse y comenzó a llorar.

Años después, mientras se acercaban al colegio para recoger a sus hijos, a Marta y a Sofía les gustaba recordar aquella mañana tan feliz.