IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Recuerdos de un amigo
de la infancia

Daniel Barruso, 16 años

               Colegio Vizcaya (Vizcaya)  

Poco antes de que yo naciera, él aprendía sin dificultad a caminar con la ayuda de sus padres. Vivía en un piso debajo del mío, en aquel barrio que forma parte de mi pasado. Apenas tardamos en hacernos buenos amigos.

Más adelante, pasábamos tardes enteras jugando al fútbol y al esconderite con los niños de la plaza. Eran tardes de sol y lluvia que han quedado grabadas en mi memoria. De alguna manera, nuestra niñez quedó determinada por la inocencia, pero las cosas comenzaron a torcerse tras la muerte de su padre. Su familia pasaba momentos de amargura y aquello cambió su comportamiento. Evitaba quedarse en casa, tomándose demasiadas libertades a la hora de bajar a la plaza y quedarse allí hasta muy tarde.

Aunque aumentó la inseguridad en el barrio, sus camaradas no corríamos ningún peligro. Crecimos unidos y juntos descubrimos aspectos del mundo adulto. No había día en que no sonaran los timbres de nuestros hogares. Nuestra amistad estaba por encima de todo. Entre nosotros no había leyes, porque éramos los reyes de aquel lugar.

A veces su madre salía a la ventana para pedirle que volviera a casa porque ya era tarde. Sin embargo, él no solía hacerle caso.

Pero de todo esto hace ya mucho tiempo…

Al cumplir nueve años, terminaron mis días en el barrio. Mis padres compraron un piso en un lugar más tranquilo de Bilbao. Nunca mi infancia volvió a ser como antes. Al principio sufría con el recuerdo del pasado, porque en esta nueva zona de la ciudad la gente no se conocía y se jugaba bastante menos al fútbol Echaba de menos a mis amigos de la plaza, especialmente a mi vecino.

Pero el tiempo lo cura todo y pronto fui de nuevo feliz.

Ahora tengo dieciséis años y, aunque parezca mentira, me acuerdo con frecuencia de mi viejo amigo. Han pasado casi cinco años desde que le vi por última vez. Mis conocidos decían que había cambiado mucho y que no llevaba una vida sana. Acababa de perder a sus dos abuelos y su madre estaba destrozada.

Por desgracia, falleció hace una semana. Tenía diecisiete años. De madrugada sufrió un accidente con el ciclomotor. Acudí a su funeral y allí abracé a los antiguos amigos, que me reconocieron y que también estaban pasando un mal rato.

Me arrepiento de no haberme esforzado por seguir tratándole y nunca olvidaré nuestros buenos momentos. Espero que esté en el cielo, junto a su padre y sus abuelos, y que desde allí envíe fuerzas a su madre para continuar viviendo.

(Lo que cuento es real y forma parte de mi vida. A mí, como a todos los que le conocieron, nos ha conmocionado su muerte el pasado 11 de Mayo del 2008)