IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Recuerdos

Guillermo Alonso, 16 años

               Colegio Vizcaya (Vizcaya)  

Era temprano por la mañana y hacía un día lluvioso, oscuro y triste. Abrió bien los ojos y observó su entorno: todo seguía tal y como lo dejó antes de dormirse. Se desperezó y al cabo de un rato, en la cocina, apuró el último trago del café y se marchó. Pasó con el coche por la floristería, donde compró unas margaritas.

Durante el viaje pensó que tenía miedo, miedo y pena por el rato que iba a pasar junto a su madre. Le invadía un vacío tan oscuro como el cielo, un vacío que se llenaba con la tristeza de los silencios que se sucedían, uno tras otro.

Dejó el coche junto a la entrada de la residencia. Antes de entrar reunió el poco ánimo que le restaba. Cruzó el umbral, pensativo, y dio un suspiro antes del encuentro. Allí estaba, sentada en un butacón de cuero, atada con un cinturón para no caerse. Su mirada vagaba con tono distante.

-Hola mamá. ¿Cómo te encuentras? -se inclinó para besarla en la mejilla.

-Hola, Fernando.

-Ricardo, mamá… Me llamo Ricardo -suspiró.

-Ya lo sabía... ¡Malditos nervios! Tengo el salón patas arriba. A ver cuándo saco tiempo y lo ordeno un poco, hijo.

No había salón alguno que ordenar. Seguramente creería estar en algún punto perdido del tiempo, entre los vacíos y lagunas de su memoria. Ricardo extendió el brazo para dejar las flores en el regazo de la mujer.

-¡Mis favoritas! Gracias, Fernando. Las pondré en la mesa del porche.

-Me alegro de que te gusten, mamá –decidió seguirle la corriente-. Quedarán muy bien allí. Vaya, qué tarde es. Debo volver a casa y preparar la cena a los niños. Mañana vendré a verte.

-Qué pena… Algún día tienes que llevarme al Café Mirador.

-Cuando te mejoren las rodillas, prometido -le dio un beso y se alejó.

Mientras se marchaba, miró hacia atrás. Su madre tenía la misma expresión que cuando él llegó, como si ya hubiese borrado de su cabeza la visita, con los ojos perdidos entre recuerdos indefinidos. Parecía tan frágil allí sentada… ¿Qué sería de él cuando ella no estuviera? Perdería esa parte de niño que los padres mantienen en nosotros incluso cuando ya somos mayores, se perdería a sí mismo... Sintió ganas de abrazarla. Se dio la vuelta y volvió a su lado.

-Mamá, te quiero -la primera lágrima desde hacía mucho tiempo asomó a sus ojos.

-Lo sé, hijo, lo sé. Podré perder la cabeza, pero no el corazón.

La estrechó entre sus brazos y volvió a ser un crío por un instante.