VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Recuerdos

María Ros, 17 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Salió fuera y se sentó en las escaleras del porche. Desde allí contemplaba el movimiento de los veleros, que se mecían suavemente por el oleaje que, a su vez, originaba un suave y delicioso murmullo al chocar con el casco de los balandros.

Desde su posición alcanzaba con un vistazo todo el terreno de la casa: el trecho de escaleras que conducían a la puerta principal y el pequeño bosque. Aquel paraje guardaba cierto misterio porque la mansión era antigua, de interior espacioso y amueblado con gracia. Todo rebosaba una antigüedad en la que destacaba el buen gusto de la persona que lo decoró en su tiempo. Se respiraba un aire repleto de sabiduría y experiencias. Aquella finca junto al mar pertenecía a su familia desde generaciones. Tal vez ese era el motivo por el que se sentía como en casa, a pesar de estar conociéndolo por primera vez.

Contempló el cielo reflejado en el mar. Reflexionó sobre su vida. Se preguntó cómo había sido capaz de llegar hasta donde se encontraba en aquel instante. El sol se fue poniendo y el día cedió paso a la noche. Apareció una luna desdibujada sobre las olas del mar. Ya no veía los veleros. Mirando al cielo descubrió la bóveda de puntos brillantes. Cerró los ojos y dejó que la inundara la suave brisa marina, que la transportó a otra dimensión que la alejaba de lo terreno.

Al despertar se sintió extraña. Tardó en reconocer dónde se encontraba. La luz del sol inundaba el porche. Se levantó, abrió la puerta de la casa y recorrió los pasillos. En una habitación encontró a su madre. Se apoyó en el marco de la puerta. Las motas de polvo foltaban en un haz de luz. Su madre cosía en una mecedora. Acompasaba sus remiendos con un suave balanceo. La chica sonrió para sus adentros y se alejó, procurando hacer el menor ruido posible.