XIII Edición
Curso 2016 - 2017
Reflexiones de altura
Marta Gabriela Tudela, 18 años
Colegio Sierra Blanca (Málaga)
¡Pensar en lo pequeños que somos y lo grandes que nos creemos! Ilusos de nosotros, nos imaginamos que nadie nos podrá superar, pues ya estamos en la cima, cuando no somos más que pobres ignorantes que se figuran que no es necesario aprender nada más, porque ya lo sabemos todo…
Estas ideas tan absurdas se pasean por nuestra mente con cierta frecuencia, tratando de hacerse un hueco entre las que tenemos archivadas como verdades. Pero no des-cubrí la magnitud de la equivocación hasta el día que volé en avión con mis compañe-ros de clase. Desde la ventanilla veía pequeñas motas doradas que conformaban una constelación llamada Madrid. En su centro, diversas aristas convergían señalando un punto intermedio: el corazón de la ciudad o kilómetro cero.
A mi lado, Juan Gálvez, el mejor alumno de la promoción y tal vez de la historia del colegio. Aquel chico, al que acompañábamos para que recogiera un codiciado premio, siempre había creído ser mejor que los demás. Títulos, diplomas y halagos eran el combustible que alimentaba su ego hasta límites insospechados. Y en aquella ocasión, todos sus compañeros tendríamos que sufrir el cúlmen de su narcisismo a petición del director de nuestro centro.
Juan viajaba poco; tenía inquietud por conocer nuevos lugares, pero pocos recursos para hacerlo. No obstante, eso cambió cuando se enteró de que querían concederle un premio por sus méritos: como era un certamen internacional, tendría que coger un vue-lo nocturno. Por primera vez en su vida, Juan preparó su maleta para dirigirse al aero-puerto.
A pesar de que no hacía mucho que el avión había despegado, las turbulencias no tar-daron en presentarse. El comandante nos informó de la situación por megafonía y fue entonces cuando ocurrió: Juan, asustado, había dejado de alardear y ahora intentaba superar su pánico mirando lo que pasaba en el exterior. En un principio intentó averi-guar el origen de los vaivenes, pero esta preocupación se fue disipando poco a poco, ya que mi compañero de asiento acababa de descubrir su capacidad para recorrer la ciudad en tan solo un vistazo.
Vio tejados, coches y, en los primeros momentos del ascenso, también personas. Per-sonas diminutas, como puntitos, como estrellas, como él mismo. Aquella mezcla de sensaciones, aquel cóctel de miedo y asombro, era desconocido para él. Nunca antes había mirado el mundo desde tan arriba, y la perspectiva le hizo reajustar un poquito, quizá, el enfoque que hasta ese momento le había dado a las cosas…
Lo que Juan descubrió allí arriba, mientras miraba tras el cristal, fue que no hay mejo-res ni peores absolutos y que nadie está por encima de nadie. Lo que yo descubrí cuando surcábamos los cielos a velocidad de crucero fue exactamente lo mismo: la importancia de la humildad.
«Después de todo», pensé, «Juan Gálvez no está tan mal».