VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Regreso

Almudena Outeda Rodríguez 15 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Tres años después de mi traslado a la capital, regreso a casa. Los tejados de Trujillo, todavía algo lejanos, parecen saludarme tras este tiempo de ausencia. Aún falta un día de viaje; sólo uno.

Esta noche, refugiado en mi acogedora tienda, con un candil como única luz, he desembalado los regalos que he guardado durante el viaje. Al rasgar el grueso papel, los recuerdos que contenían los paquetes se han escapado como un perfume de su frasco de cristal, envolviéndome en las dulces fragancias de la memoria.

Del envoltorio protector cayó un pequeño vaso de barro, con la forma de gallito, decorado con brillantes colores. Por su instinto de ave, quiso alzar el vuelo abandonando a sus hermanos, pero debido al peso de sus rígidas alas, no logró otra cosa que rodar, amortiguado por las espesas hierbas que forman mi lecho.

Observando sus bellos ojos, cuidadosamente dibujados en la superficie de la vasija, mi mente, nostálgica por la emoción del momento, ha vuelto a recorrer, paso a paso, cada rincón del pueblo, cada recodo del río, cada quebrada. Por espacio de unos minutos, he contemplado otra vez miradas infantiles, caritas traviesas que, con felicidad desbordada, hicieron las delicias de mis tardes y paseos durante tantos años. La visión de los niños de mi escuela, ha provocado en lo más profundo de mi corazón un terrible estremecimiento: el de la añoranza.

Pero hay algo más, un secreto, un tesoro enterrado que, durante tres largos años, no he querido sacar a la superficie.

Rememorando los adorables ojos de los niños, he descubierto en un instante lo que no vi en el transcurso de estas treinta y seis lunas. Por un momento he olvidado las chiquilladas y las diabluras. Ya no importan los deberes sin acabar ni los castigos. Un único pensamiento inunda mi razón. Tengo que volver a encontrarme con mis niños. Algo en mi interior me lo pide. Saber que unas pocas horas nos separan, me hace la espera interminable. Porque lo que he contemplado en esas dulces expresiones es el deseo, casi doloroso, de que no los olvide, seguro como estoy de que ellos no lo han hecho conmigo.