XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Rumbo a Ucrania 

Álvaro Puebla, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

En cuanto acabó el último de sus exámenes, Pablo partió en furgoneta desde la Universidad. Hacía unos días que había tomado una de las decisiones más importantes de su vida: conmovido por las noticias que ofrecían los medios de comunicación acerca de la invasión rusa de Ucrania, se iba a desplazar a la frontera con Polonia para recoger a un grupo de refugiados y traérselos a España. Le acompañaba su mejor amigo, Juan, con el que había organizado los detalles del trayecto. 

Días antes revisaron en un taller el vehículo que les había prestado el padre de Pablo. Cerraron también su estancia en el hotel donde pasarían las noches en la frontera, así como los hostales de carretera donde tenían previsto descansar tras las largas jornadas de conducción. 

Durante el trayecto, desayunaron, comieron y cenaron en bares de carretera. Se turnaban al volante cada cuatro horas: el que no conducía, aprovechaba para descansar. Durante los interminables kilómetros hablaron y reflexionaron acerca de lo que podrían encontrarse al llegar a su destino. 

Tras cruzar buena parte de España, Francia, Alemania y Polonia, llegaron a su destino. Había muchas personas de diferentes partes de Europa que habían acudido con el mismo propósito. Aparcaron la furgoneta en el hotel, que se encontraba apenas a un kilómetro de la frontera. Iban andando hasta allí cada mañana. El frío era intenso, sobre todo por la noche. 

Se dedicaron a colaborar con los demás voluntarios en aquello que necesitaban las autoridades polacas. Hacían juegos con los niños para alegrarles el día, y los premiaban con chucherías y juguetes. Un día conocieron a una señora mayor, amable y bondadosa, que lo había perdido todo durante un bombardeo: su marido falleció y se había quedado sin casa. Además, todos sus hijos habían partido al frente y desconocía si estaban vivos. A lo lejos, Pablo y Juan escuchaban detonar los misiles. 

Les llegó el momento de volver a España con el grupo de refugiados, un matrimonio y sus dos hijos. Durante el viaje trabaron amistad con la familia. El padre, que hablaba inglés, les contó que hasta que escaparon de su ciudad tuvieron que dormir en los túneles del metro. Una vez en Madrid, los ucranianos se alojaron en la casa de Pablo durante unos días, hasta que con la ayuda de las autoridades españolas se marcharon a un apartamento. Los niños empezaron a asistir al colegio, donde hicieron nuevos amigos. 

Satisfechos de su labor y conscientes de su fortuna, Pablo y Juan deseaban repetir una experiencia como aquella.