XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Rumores

Laura González Ruiz, 15 años

                   Escuela Zalima (Córdoba)  

Corrían rumores de que había perdido la memoria.

A sus setenta y dos años, en sus recuerdos había huecos que ya no conseguía llenar. El diagnóstico no dejaba lugar a dudas: sus neuronas eran incapaces de grabar vivencias actuales ni de recordar determinados momentos. Sus ausencias, sus lapsus, sus equivocaciones a la hora de identificar personas, lugares y acontecimientos eran cada vez más numerosas, para tristeza de sus hijos.

Él, ajeno a sus circunstancias, reflejaba paz, como si ya hubiera cumplido su misión. Además, todo le era nuevo. La gente le saludaba con afecto y él los atendía con agradable expresión, sin pesarle que no recordara quiénes eran. A veces olvidaba hacia dónde iba o dónde se encontraba. Otras, leía dos y tres veces las mismas noticias como si fuese inéditas.

Los rumores que corrían eran ciertos: ya no conocía ni recordaba, pero él disfrutaba los días en presente, ajeno a lo que aleteaba a su alrededor. Le llegaban comentarios y los seguía cuando se le presentaban momentos de lucidez, pero en seguida los olvidaba. Y su vida continuaba, tranquila.

Seguía una rutina: se despertaba temprano y abría la ventana para respirar el aire fresco de la mañana, se sentaba en el banco del parque con un grupo de ancianos que le contaban dimes y diretes a los que no prestaba demasiada atención. Cuando se incorporaba para dar un paseo, se le acercaban las palomas, pues ellas sí conocían que aquel buen hombre las alimentaba. Estaban familiarizadas con su chaqueta, su gorra de cuadros y la sonrisa que les ofrecía al verlas levantar el vuelo.

Besaba a sus nietos sin buscarles parecido, y con ellos observaba viejos álbumes de fotos sin identificar quiénes eran los retratados o escuchaba canciones que bailó de joven pero que ya no unía a sus vivencias.

Los niños encontraban en su abuelo la ternura que refleja cualquier persona mayor en las mismas circunstancias. Sus hijos, sin embargo, mostraban el peso de convivir con quien hace latente sus constantes olvidos.

En una reunión familiar, su nieto mayor tomó una guitarra y le dedicó una hermosa y conocida canción, «Father and son».

-Abuelo, es para ti, por ser el mayor tesoro de nuestra familia.

Se hizo el silencio. Los hijos de aquel hombre de bien se miraron y sonrieron. Comprendieron que el gesto de agradecimiento de su padre era lazo de unión de tres generaciones.