XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
Separados por una puerta
Camino Salamanca Esteve, 14 años
Colegio
Sierra Blanca
Así es cómo un joven dios perdió la inmortalidad y fue feliz.
Al comienzo de los tiempos el mundo se dividía en dos dimensiones, una oculta para la otra. En la dimensión invisible habitaban los dioses, inmortales y poderosos. Para que pudieran conservar aquel estado debían acatar una regla: no interferir en la otra dimensión.
El joven Cálix, hijo de Dionisio, dios del vino, llevaba tiempo sin resistir la curiosidad por conocer qué había del otro lado. Una mañana se sentó en el banco de un parque y miró al cielo, con el pensamiento disperso en mil cosas.
–¿Cómo estás Cálix? –le saludó un anciano que tomó asiento junto al muchacho– ¿A qué se debe esa cara?
El joven pareció salir de un sueño. –¿Puedo hacerte una pregunta, Risto?
–Me gusta, Cálix: tú y tus preguntas. Adelante.
–De acuerdo… Espero que seas sincero –carraspeó–. ¿Qué podrías decirme de la otra dimensión?
El anciano miró a un lado y a otro, como si temiera que alguien hubiera escuchado al muchacho. Se le notaba incómodo. Incluso hizo el amago de ponerse en pie.
–Ya veo que no te das por vencido –protestó–. La otra dimensión… La otra dimensión… Siempre con la misma historia, Cálix. ¿Es que pretendes que por hablar de más me quiten mis poderes divinos? –le miró de hito en hito–. ¿Por qué no se lo preguntas a tu padre?
Risto se puso en pie con gesto molesto y, sin despedirse, se dispuso a continuar su paseo por el parque.
–¡No te marches! –le rogó el muchacho, que también se había puesto en pie–. Se lo pregunto cada noche, pero rehúye la respuesta y se enfada, para que hablemos de otra cosa.
El anciano se detuvo, tomó aire y se dio la vuelta.
–Está bien –masculló–. Te hablaré de la otra dimensión, pero es una información muy valiosa y peligrosa Cálix, ten cuidado. Cuando yo era un dios joven me hablaron de una puerta que está en los Juzgados, al otro lado de la sala del Tribunal. Decían que por ella se accedía al otro lado… ¡Y ya no sé más!
–El otro lado debe ser la otra dimensión –pensó el muchacho en voz alta–. Gracias Risto.
Y salió hacia el Olimpo a toda prisa.
Subió las escaleras que llevaban a los Juzgados y dirigió la mirada a la puerta del Tribunal. Al girar el pomo descubrió que todo era diferente. Se quedó estupefacto. Las casas eran muy altas y de carrozas se movían sin que de ellas tiraran los caballos.
«¿Qué lugar es este?», se preguntó.
Se dejó llevar por un aroma dulzón, que le condujo a una pequeña tienda: “Chocolate Caliente”.
–¿Qué le gustaría tomar? –le atendió una chica hermosa.
Cálix no podía apartar la vista de ella.
–¿Qué me recomienda?
–Un chocolate caliente con un pastelito de vainilla.
–Pues un chocolate caliente con un pastelito de vainilla –descolgó una sonrisa.
La muchacha no tardó en volver con el pedido. Cálix devoró el pastel y se bebió el tazón de chocolate, que le quemó la garganta. Iba a levantarse para salir a la calle cuando la chica le detuvo.
–No ha pagado.
Tomó la resolución de interpretar la exigencia de la chica a su manera, y le dio un beso en la mejilla. Ella se sonrojó.
Cálix fue de nuevo a salir, pero la chica le obligó a detenerse.
–Quiero que me des los cinco euros que ha costado tu merienda.
–Solo tengo una moneda de oro –se excusó la joven divinidad–. ¿Te sirve?
La chica le sentó en una silla.
–No te muevas; tengo que atender a otros clientes. Cuando cierre, hablaremos.
Cálix solo obedeció, pero al rato comenzó a aburrirse.
–Perdone, ¿no podría dejarme ir? Tengo cosas que hacer y tengo prisa.
–Yo también tengo cosas que hacer y una de ellas es atender a los clientes que pagan, así que, por favor, vuelve a tu asiento.
–Hagamos un trat;, te ayudo en atender a los clientes y no tengo que darte dinero, ¿de acuerdo?
La chica accedió y Cálix se puso manos a la obra.
La chica se reía al ver lo simpático que aquel muchacho se mostraba a los clientes, lo que le provocaba una maravillosa emoción. A lo largo de la tarde se fueron conociendo. Cálix le contaba historias de su mundo, que a la chica le resultaban inverosímiles pero divertidas. Cuando se fueron los últimos clientes, el dios se despidió de ella, pero ninguno de los dos se movió sino que se miraron fijamente. De pronto, a Cálix se le empezó a emborronar la vista.
Cuando volvió a ver, se encontraba de nuevo en los Juzgados. Ante él encontró a un grupo numeroso de dioses enfurecidos.
–¿Eres consciente de lo que has hecho? –le interrogó uno de ellos desde la mitad de la sala.
–Conoces cuál es el castigo a tus actos: la mortalidad. Y con ella, vivir hasta el final de tus días junto a los humanos sin poder regresar a esta dimensión.
Cálix aceptó el castigo sin pero alguno.
Aquel dios golpeó la mesa con fuerza y el chico, de nuevo, comenzó a ver borroso.
–¿Qué te ocurre? –le preguntó la muchacha de la chocolatería.
El chico le extendió la mano y se presentó.
–Buenos días. Soy Cálix.
Ella le sonrió.
–Alida;, encantada.