VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Será notre secret, maman

Rocío de Moya, 16 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Al sur de París se encuentra la mansión de los Magnier, escondida tras un laberíntico y florido jardín. Desde las escaleras se llega a un vestíbulo con suelo de madera. A la izquierda se abre una escalera de mármol que describe una amplia curva que llega a unas puertas con pomos dorados. Detrás de ellas se descubre una amplia sala de baile adornada por una lámpara de araña que llena el suelo de reflejos irisados.

De pronto se precibe un grito de la señora Magnier:

-¡Ga-brie-lle!

La pequeña Gabrielle sale de su escondite situado bajo la escalera, se quita los zapatos y corre descalza hasta el salón de baile. Allí vuelve a escuchar a su madre, pero a los siete años ha aprendido a ignorarla. Mira maravillada la sala sin apenas pestañear. Entonces toma posición: piernas flexionadas, un pie delante y el otro detrás, mirada penetrante que se dirige al infinito... Tres, dos, uno… ¡A correr!

Gabrielle corre y, a la altura del primer ventanal, ¡zas! pega un salto. La sala de baile se llena de sonidos: risas, calcetines de algodón sobre el suelo impoluto y suspiros de felicidad. Al llegar al final de la sala, frena bruscamente, resbala y cae, pero sigue sonriendo. <<¡Otra vez!>>, piensa, y lo repite. Allí es feliz, libre; nadie le da órdenes ni le manda ser una perfecta madmoiselle.

<<Oh, no, maman>>. Madame Magnier permanecía bajo el quicio de la puerta, con la mirada echando fuego. La regaña, se había asustado, no sabía dónde estaba.

-Una hija del signor Magnier no hace esto.

Y la castiga sin salir de su cuarto.

Madame Magnier se queda sola en la sala de baile. Suspira, dando gracias a Dios por haber encontrado a su hija tras dos horas desaparecida. Aquella casa había pertenecido a su familia desde hacía varias generaciones, pero seguía siendo un lugar sorprendente. ¿Qué tendría aquel salón de baile que había mantenido a su hija ocupada tanto tiempo? Observa el suelo de mármol y su mirada recae en los apretados tacones de aguja que lleva. Sin pensárselo, se los quita, liberándose no sólo de la presión en los pies, sino de sus pensamientos, acostumbrados a vivir en un mundo adulto y lleno de preocupaciones. Mira a su alrededor y la sala le parece diferente, con un aura mágica.

Toma posición: piernas flexionadas, un pie delante, el otro detrás, mirada fija en el vacío... Tres, dos, uno; salto y…libertad, felicidad, comprensión y caída.

Madame Magnier mira desde el suelo de la sala hacia el vestíbulo, y le parece descubrir a Gabrielle bajo la escalera. Sacude la cabeza: imposible que su hija tenga el mismo escondite que ella cuando era pequeña.

Desde su escondite, la pequeña Gabrielle susurra: Sera notre secret, maman.