IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Sergio

Alicia Martínez Gallardo, 16 años

                  Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

-¡Pist, chicas, callaros que viene! –dijo Susana a sus amigas mientras Sergio se acercaba . No quería que aquel muchacho escuchara lo evidente: que Susana otra vez estaba hablando de él.

Que si qué guapo, que si qué ojos tiene, que si cómo juega al baloncesto… Sergio era compañero suyo en varias clases, pero su relación no pasaban de un simple “hola y adiós”. Susana era demasiado tímida para decirle nada, por más que sus amigas intentaran convencerla de que no se acababa el mundo por pasar de su efímera conversación de todos los días a un mayor grado de confianza que superara la dos palabras.

En el colegio todos conocían a Sergio, todas sus idas y venidas. Era un tipo realmente popular. Por su parte, Susana también era querida, a pesar de que era introvertida con aquellos que no formaban parte de su grupo de amigos. Son las cosas de tener dieciséis años y el cuerpo pendiente de un completo desarrollo.

Sergio, que había pasado por delante de ellas para recoger su mochila, se topó con la mirada de Susana, unos ojos verdosos muy expresivos que, ¿para qué mentir? le encantaban. No pudo evitar oír que una de las chicas mencionaba su nombre. Se encontró a Susana frente a frente con un pequeño rubor en sus pálidas mejillas.

-Eh..., ¿puedo hablar contigo? –le dijo a la chica.

-Claro –respondió Susana, que en su interior daba saltos de alegría.

-Resulta que he escuchado que Javi, tu primo, tiene pensado que nos pasemos unos cuantos por su casa el sábado. Me preguntaba si tú estarás.

-A mí él no me ha dicho nada, pero… bueno, sí, supongo que… puede que… -la pobre se trababa por los nervios.

-¿Qué tal si te llamo esta tarde y me dices qué te ha dicho tu primo? – decía él al tiempo que se removía el cabello.

-Perfecto. Este es mi número –Susana le tendió un papel con su móvil con las manos sudorosas.

-Estupendo. ¡Nos vemos! –Sergio se despidió dándole un beso en la mejilla y salió corriendo. Llegaba tarde al entrenamiento de baloncesto.

Susana se quedó en silencio, con el rostro colorado y el corazón a cien por hora. Sentía que se desmayaba. Sus amigas corrieron hacia ella llenas de preguntas con las que enterarse de la conversación. La muchacha se sentía la persona más afortunada del mundo.

Se despidió corriendo de sus amigas porque quería llamar a su primo lo antes posible y porque no sabía a qué hora iba a llamarle Sergio.

Llegó a su casa media hora antes de lo normal, pues esta vez no se había entretenido por el camino. Saludó a sus padres mientras dejaba la mochila en la puerta y se fue directa y veloz al teléfono. Marcó el número de la casa de su primo y le comentó que si podía hacerle una visita junto con alguna amiga el sábado. Después volvió al salón, donde su padre echaba un vistazo a las noticias. Le dio un beso y se fue a ayudar a su madre con la comida. Como todas las madres, conocía a su hija mejor que nadie, así que comenzó ha hacerle algunos comentarios mientras terminaban de poner la mesa: “Estás muy sonriente hoy” o “Susana, baja de tu nube que se te van a caer los platos”.

Apenas probó los spaghetti, porque sentía la tripa repleta de mariposas revoloteadoras. Sergio la iba a llamar y eso podía con su paz.

En cuanto terminó de comer, cogió el teléfono, subió a su habitación, colocó el CD de su grupo favorito y se tumbó en la cama. No se movió de su cuarto en toda la tarde, mirando el techo y al teléfono sucesivamente. Su imaginación se iba al próximo sábado, a Sergio y la posibilidad de pasar un día entero con él, hablar juntos por primera vez…Él se había percatado de que ella existía: ya no era invisible a los ojos de un chico, a los ojos de Sergio.

Pero comenzó a desilusionarse cuando a las nueve de la noche Sergio aún no había llamado.

Se fue con desgana a la ducha y posteriormente cenó con hambre, pero sin fuerzas. Se sentía estúpida, se había hecho ilusiones para nada. Hasta que antes de irse a dormir cogió su móvil para apagarlo: descubrió que tenía un mensaje de texto y sí, era de Sergio. Se disculpaba por no haberla llamado en toda la tarde y le preguntaba si podía llamarla a esas horas.

No pasaron ni unos minutos cuando Susana descolgó el teléfono.

-¿Está Susana? –preguntó educadamente Sergio.

-Sí, soy yo.

Susana tenía la cabeza recostada sobre la almohada.