VII Edición
Curso 2010 - 2011
Si la vida fuera un examen
Rocío Blanco, 16 años
Colegio Zalima (Córdoba)
Se encontraba estresado porque sabía que debía haber aprovechado mejor su tiempo. Pero ya no había marcha atrás: dentro de unas horas tendría que dar cuentas de todo lo que había estudiado. Y sabía que no era suficiente. Y se le acababa el tiempo.
¿Por qué este examen no podía aprobarlo como todos los que tan acostumbrado estaba a hacer?
No. Este era muy diferente. En él, además, se lo jugaba todo.
No dejaba de repetirse y releer una y otra vez las preguntas, intentando así buscar en su memoria las respuestas más adecuadas. Pero sólo encontraba excusas: si no hubiese ido…, si no hubiera hecho…, si no me hubiese quedado…
En poco tiempo su futuro dejaría de debatirse.
Las gotas de sudor le caían por la frente. La tensión de su mano derecha incrementaba y pronto conseguiría partir el bolígrafo. Un dolor punzante le azotó en la mano.
Entonces la realidad recobro el sentido original: se vio en una camilla, cohibido por el incesante dolor que le causaba las aguja con la que la enfermera acababa de inyectarle una medicina. Entreabrió los ojos. La cabeza le daba vueltas. Alguien se encontraba a su lado. Era su padre. Con una mirada agonizante buscó en él un perdón, un perdón total y completo.
El padre le colocó una mano en la frente y rezó por el alma de aquel joven.
El enfermo, después de muchos esfuerzos, consiguió articular unas palabras:
-Tengo miedo, padre. He fracasado en el más importante de los exámenes. En el definitivo.
-Hijo mío -le contestó-, mis brazos te sostienen. Y quien está en mis brazos sólo puede recibir un sobresaliente.
-Pero... -balbució.
-Tranquilo; tu pasado no me importa si realmente te arrepientes.
Falleció esa misma tarde. Decían que su rostro reflejaba paz. Aquellas personas no sabían que, al ascender, sus inseguridades se disiparon al tiempo que le envolvía una sensación de plenitud a medida que se acercaba al más feliz de los destinos.