VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Si no fuera por ella

Verónica Ana Adell, 15 Años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Un pitido sobresaltó a los pasajeros. Por la megafonía del avión se escuchó la voz de la azafata, algo alarmada:

-Les rogamos que si hay algún médico a bordo, se presente en la parte trasera del aparato con urgencia.

Mónica miró a Iván. Ambos trabajan en un hospital. De hecho, volaban hacia un congreso científico en las Islas Caimán.

-Vamos a ver qué pasa –le comentó ella.

-Mónica, no te preocupes. Seguro que es una tontería.

-Si fuera una tontería no lo habrían anunciado por megafonía, Iván. Tienes que ir; eres un médico de primera. Yo sólo una simple enfermera auxiliar.

-¡Oh, vamos…! Estoy de vacaciones. Déjame disfrutarlas- protestó malhumorado.

-Haz lo que quieras-. Mónica se levantó algo molesta por el comportamiento de su compañero.

Intentaba mantenerse tranquila mientras avanzaba por el pasillo. Al alcanzar a un grupo de azafatas, preguntó qué pasaba. La acompañaron hasta la última fila de asientos, en donde había un hombre inmóvil en el suelo.

-¡Pierde el pulso! -dijo alguien.

Mónica se colocó de rodillas delante de aquel señor.

-¿Tenéis algún desfibrilador?-

-Sí-

-¡Traédmelo, rápido!- ordenó.

Comprobó si era cierto lo que decían, colocando sus dedos en el cuello del hombre. Sintió una leve pulsación que se desvanecía. Entrecerró los ojos y notó un escalofrío. Al instante tuvo la maquina a su lado. Procedió a colocar los electrodos donde correspondía. Con las palas en las manos, observó el pecho del hombre ya al descubierto, inspiró hondo y con rapidez las posó en el torso. El cuerpo se sacudió. Lo intentó de nuevo. Al cuarto intento tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no podía desanimarse. En ese momento notó una mano sobre el hombro. Era el copiloto.

-¡Vamos, puede lograrlo!

Se volvió hacía el paciente.

-Ya está. ¡Vive! -dijo la azafata que le había atendido desde el primer momento.

Mónica aspiró tranquila y una suave sonrisa se le dibujó en el rostro. Entre todos colocaron al señor en su asiento.

Exploró en la caja de primeros auxilios que había en el avión. Buscaba alguna pastilla que lo ayudara.

-¿Qué ha pasado? -preguntó Iván, que había aparecido de pronto y movía la cabeza con curiosidad. ¿Quién?... ¿¡Qué…!? ¿Papá?

-¿Es tu padre?-

-Sí… ¿Qué le ha pasado?

-Un paro cardiaco. ¿Conoces alguna medicina que pueda tomarse?

-Sí. -Inspeccionó el botiquín.

Mónica despertó al padre de Iván y le colocó una píldora bajo la lengua. Estaba contenta de haber cumplido con su obligación, lo que había salvado una vida. Iván, en cambio, se sentía defraudado de sí mismo.

-Te debo una, y una muy grande –sonrió él ligeramente-. Si no hubiera sido por ti…

-Lo volvería a hacer de ser necesario pero…Me sorprende cómo la pereza puede arrastrarte hasta dejar de atender a una persona porque te encuentras de vacaciones- le miró algo turbada-. Ese hombre es tú padre, pero podría ser cualquier otra persona que te necesitara.

Iván se acercó a ella y, con un abrazo, le susurró una palabra de agradecimiento.

Mónica volvió a su asiento y él se quedó haciendo compañía a su padre.