XX Edición
Curso 2023 - 2024
Siempre ocho
María Ripol, 17 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Miré la fotografía familiar colgada en la pared y recordé con añoranza aquel tiempo en el que éramos ocho en casa.
Al volver del colegio, transformábamos el jardín en el escenario de nuestras fantasías. Cada hermano jugaba su papel en nuestras historias de piratas y aventureros. Cuando mamá nos avisaba de que la cena estaba lista, entrábamos cansados y llenábamos la mesa del comedor de una punta a la otra, no solo de comida sino de planes, llantos de bebé y risas compartidas.
Recuerdo cuando subíamos a la furgoneta y nos peleábamos por sentarnos en las plazas de delante. Y las luchas inútiles contra cinco de mis hermanos por si conseguía que me dejaran poner una película de chicas.
Hoy la casa se siente grande. Ya no estamos los ocho. El mayor, el líder de nuestros juegos, hace tiempo que no vive con nosotros. Por otro lado, la adolescencia, los exámenes y los planes de cada cual nos hacen pasar tiempo fuera de casa. Poco a poco, vamos tomando nuestro propio camino. A veces, mientras estudio me asomo por la ventana y observo a mi hermana, que juega con sus muñecas en el que fue nuestro árbol pirata, lo que me despierta un sentimiento de añoranza. El eco de aquellos días felices resuena en mi cabeza y vuelvo a observar aquella fotografía familiar colgada en la pared.
A pesar de que ahora mi madre tiene que preguntar quién va a cenar en casa y que solo se llena un cuarto de la misma mesa; a pesar de que podemos elegir sitio en la furgoneta porque sobran asientos; a pesar de que para saber los unos de los otros necesitamos realizar conversaciones telefónicas, he comprendido que, aunque no estemos físicamente juntos, la esencia familiar permanece. Y cuando logramos reunirnos todos de nuevo revive la magia, pues volvemos a ser los ocho de siempre.
La vida nos lleva por rutas distintas, pero seguimos compartiendo sangre y apellidos, el orgullo de formar una gran familia y la alegría de ser ocho, los ocho de siempre. Nos reímos de las mismas historias, recordamos los mismos juegos y el tiempo se detiene.
La familia es una constante en un mundo cambiante, aunque sobren sillas a la hora de cenar. Cada etapa que se vive en casa es única y aunque me duelan los estragos de la distancia, siempre habrá un momento en el que volveremos estar los ocho juntos. Por eso, algunas tardes me gusta bajar al jardín y sentarme a jugar en el árbol con mi hermana pequeña.
Somos ocho y siempre ocho.