XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Sin manual de instrucciones

Bárbara María Ruiz Lucini, 17 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Como no tenía nada que hacer aquella tarde, Imelda aprovechó para ver los álbumes de fotos que tenía en casa. Le gustaba porque le traían buenos recuerdos, ya que cada fotografía implicaba al menos a dos personas: la que posaba y la que tomó la imagen. Había aprendido de su abuelo que los pequeños momentos sólo pasan a la posteridad cuando se comparten con aquellos a los que se ama.

Se aproximó a la estantería y tomó un álbum al azar. Lo abrió y leyó un encabezamiento escrito por su madre: “Verano, 1998”. Fueron sus primeros meses de vida. Comenzó a pasar los ojos por aquellas imágenes que recogían sus primeras veces de muchas situaciones.

Cuando terminó de verlo, cogió otro, más reciente. Había fotos de cuando sus abuelos la llevaban a visitar museos. Se reprochó a sí misma que ya no tuviese tiempo para cultivarse. Sabía que jamás aprendería tanto sobre cosas tan diferentes como con su abuelo.

Como si estuviera escrito, sonó de pronto el teléfono. Era su madre, que la llamaba para anunciarle que el abuelo, después de quince días en el hospital, debatiéndose entre la vida y la muerte, acababa de fallecer.

Aún con el álbum sobre las piernas, intentó ser fuerte y no llorar, pues asociaba las lágrimas con la debilidad. Su abuelo nunca había le había contado un cuento donde los protagonistas lloraran; todos sus relatos tenían un final. Pero aquel, el último cuento, parecía tenerlo.

Al día siguiente fue al tanatorio. Había oído decir que los humanos somos como las máquinas, aunque sin manual de instrucciones. Si así fuera, ¿tendría ella un botón para reiniciarse? Los ordenadores, cuando se estropean, disponen de esa posibilidad. Frente al féretro, también pensó que cuando un archivo provoca el mal funcionamiento de un dispositivo, debe ser eliminado. ¿Quería considerar de esa manera a su abuelo, eliminarlo de su memoria como si nunca hubiera existido? No, pero la duda que le acechaba era cómo tomar su muerte.

Le habría gustado tener un manual de instrucciones para saber cómo afrontarla, pero concluyó que el ser humano es quien escribe su propio manual, día tras día, poco a poco, aprendiendo de las situaciones a las que se va enfrentando.