XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Sin voz

Miriam Ramírez Rubio, 17 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Nací en un pequeña cabaña cerca del río Tajuña. Mi madre, incapaz de llegar al hospital por culpa de las nieves, fue atendida por dos ancianas que habitaban en un pueblo cercano. El parto fue extremadamente difícil y doloroso, pero la humanidad de aquellas dos mujeres disipó las dificultades e hizo posible mi nacimiento. 

Fue precisamente aquella anécdota con la que dio inicio mi vida, la que me ha hecho interesarme por el humanitarismo en todo médico o enfermera. Y me preocupa saber que dicho humanitarismo esté en crisis.

La Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia realizó un estudio que reveló la respuesta de dos mil mujeres a la pregunta: «¿Te has sentido violentada en algún servicio de ginecología?». El cuarenta y nueve por ciento de las entrevistadas –de adolescentes a ancianas–, dio una respuesta afirmativa. Entre el cincuenta y uno por ciento restante, no fueron pocas las que refirieron experiencias desagradables. Y no somos el único país en el que suceden estas cosas. En Francia, por ejemplo, se publicó el “Libro negro de la ginecología”, una minuciosa investigación acerca de las malas prácticas ginecológicas en el país vecino. La secretaria de Igualdad del Gobierno de Emmanuel Macron, Marlène Schiappa, dio entonces la voz de alarma y encargó, a continuación, un estudio sobre el trato con la paciente por parte de estos especialistas de la medicina, que llegó a la conclusión de que el descuido, la desatención, la falta de pudor están «relativamente extendidos» entre el personal médico.

La revista del XLsemanal publicó también el testimonio de algunas mujeres españolas que habían sido víctimas de abusos horribles durante sus consultas ginecológicas. Al relatar a los periodistas lo experimentado, formularon frases tan impactantes y sobrecogedoras como: «El ginecólogo me dijo que solo las mujeres de mala vida se hacen tantos chequeos ginecológicos»; «Me preguntó si era virgen, le dije que sí, me miró con cara de no creerme y me soltó: “Cuando te explore veré si es verdad”»; «Me dijo que iba a darme el alta mientras me miraba los pechos con descaro»; «Cuestionó el dolor que sentí en las pruebas con comentarios del tipo. “Si cuando estás con tu chico te comportas así, lo compadezco”»; «Fui tratada como si fuera inferior, incapaz de entender lo que me pasa»; «En pruebas muy molestas y dolorosas, me gritaban y me decían que era una histérica»; «Al acabar me encerré en el baño, encogida en un rincón. Me había sentido violentada»…

Martínez-Astorkiza, ginecólogo desde hace más de treinta años y médico del hospital bilbaíno de Cruces, declaró que «Los ginecólogos debemos ser empáticos y transmitir confianza a las pacientes, para que sean ellas las que hagan las preguntas y aclaren sus dudas». María José Rodríguez Jiménez, especialista para menores de edad, del hospital Infanta Sofía, en San Sebastián de los Reyes, asegura que «Hay niñas que se defienden, pues tienen un verdadero pánico a ser exploradas. Noto que en otras consultas no les respetaron sus tiempos para que se sintieran cómodas». La psicóloga Pilar Pascual, quiso añadir: «En ginecología te encuentras expuesta ante un desconocido. Necesitamos un trato que tenga en cuenta esa vulnerabilidad». 

Algunos médicos (y no solo ginecólogos) están inmersos en un ritmo tan mecánico de trabajo, que olvidan la dignidad del paciente. Su trato es frío y desagradable. Subestiman el poder de una sonrisa y una palabra amable. Pareciese que con realizar la consulta estuviera todo hecho, pero su comportamiento hace daño a los pacientes. Por eso apelo a que volcamos a tener en cuenta la importancia de las formas, pues la clave de cualquier buen servicio no está solo en lo que hacemos, sino en cómo lo hacemos, pues cada detalle puede marcar la diferencia. Por otro lado, los detalles son la única manera de que existan personas como aquellas dos ancianas, que tras el parto siguieron cuidando cariñosamente de mi madre y de mí hasta que ella consiguió recuperarse. 

Aprendamos a poner el corazón en todo lo que hacemos, para no confundir nunca a un ser humano con un conjunto de células eucariotas.