XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Solo en casa

Noah Lacueva, 16 años

Colegio El Vedat (Valencia)

Me desperté y, aún medio soñando miré por la ventana. Me extrañó que la casa estuviese en silencio. Me senté en la cama, para oír el usual traqueteo de la lavadora o el rumor de la televisión, que siempre la tenemos puesta a un volumen excesivo, pero nada. Ni un solo sonido.

Me asomé a la puerta y saqué la cabeza al pasillo para ver si había alguien. Me acerqué a la cocina, solo para encontrarla limpia y ordenada. El salón me recibió de la misma manera. Perfectamente organizado, pero desierto.

Una vez subí las escaleras, pasé por la habitación de Jorge, en la que había el lío habitual de libros desparramados por el suelo. Aproveché su ausencia y lancé desde las estanterías algunos libros más y salté en su cama deshecha, tirando las almohadas al aire.

Me detuve ante el cuarto de Lucía para contemplar la montaña de maquillaje y las ropa. Acto seguido abrí la puerta de la habitación de mamá y papá. Su cama estaba hecha, pero no había rastro de ellos. 

Aquello no era normal. Nadie en casa. Pero… no podían haberme dejado solo.

Era la oportunidad de hacer todo lo que normalmente no podía hacer, así que corrí por el pasillo y me tiré de cabeza por las escaleras. Lo hice un par de veces, hasta que la barriga empezó a dolerme. Luego patiné por el nuevo suelo de madera del salón, hasta que choqué contra las cortinas elegantes que no se me permitía siquiera tocar. Me quedé en el suelo por un tiempo, boca arriba, observando el techo. ¿Por qué los techos son siempre blancos? ¿Será que a quienes decoran las viviendas se les acaban las ideas?

Giré la cabeza  y vi el sofá súper blandito. Corrí tan rápido como pude y salté a cuatro patas. Reboté y rodé sobre la alfombra.

Cada vez que me quedaba quieto, sentía la casa vacía. La nevera zumbaba como una colmena, a la que se sumaba el tic-tac del reloj así como la queja de las tuberías del agua de la calefacción. 

Comencé a padecer cierto nervioso.

¿Dónde estaban todos? ¿Y si hubieran decidido irse y dejarme, y no pudieran regresar ante algún imprevisto? Aquello era probable, porque a veces soy pesado y se enfadan conmigo cuando les molesto. Aunque trato de ser bueno y estar tranquilo, no puedo evitarlo. Mi cuerpo está lleno de energía y necesita explotar. Y peor es cuando la gente viene a casa, porque entonces quiero ser el centro de atención. Entonces es cuando me miran con aspecto severo y me castigan. Después me siento fatal y sólo quiero encerrarme en mi habitación. Pero al día siguiente lo he olvidado y sigo con mi actividad agotadora.

¿Se habrán hartado de mí?¿Cuánto tiempo tardará alguien en encontrarme aquí dentro?¿Días, semanas, años?... Podría morir solo y viejo, sin saber por qué fui abandonado. Me entierro entre los cojines, asustado por estos pensamientos.

La habitación estaba oscura cuando desperté. Me había dormido. El sofá estaba babeado allí donde había apoyado la barbilla. Fui a la terraza y miré afuera. Tenía miedo.

<<Por favor, que alguien venga a casa. Prometo que me portaré bien>>. 

Cuando estaba a punto de volver a la cama, una luz iluminó la habitación. Era un coche que no pude reconocer a cuenta de la fuerza del destello. Corrí a la puerta principal y esperé ¿Era una buena idea?... Si fuera un extraño con malas intenciones, ¿estaría mejor escondido donde no pudiera encontrarme? ¿Debería aguardarle detrás de la puerta y para hacer un ruido fuerte y asustarlo?...

La puerta se abrió pero no apareció nadie. Los segundos parecían minutos. Podía oír latir mi corazón y el cuerpo me temblaba incontrolado. Apreté los ojos y comencé a jadear.

Alguien me golpeó la cabeza. No era una sola persona, sino varios. También me sacudían a ambos lados del cuerpo.

–Duque, chico… Somos nosotros.

Abrí los ojos para encontrar a mis dueños.

El alivio y la felicidad inundaron mi corazón.  A pesar de que me envolvió un agotamiento súbito, mi cola se movía incesantemente. Entonces ladré cariñosamente a mis familiares.