XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Sombras

Eugenia Barcia, 16 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Alicia se sentía atrapada en la oscuridad de aquellas cuatro paredes.

La habían sentado en una silla, al fondo de la habitación y sus manos descansaban sobre las rodillas, en un gesto que recordaba a una estatua sedente tallada en ébano.

-¿Vas a salir ya, niña? -susurró una voz grave, con el mismo tono carente de emoción con que se lo había preguntado otras veces.

-Déjame en paz.

La voz de Alicia temblaba, como rota. Se clavó los dedos en las piernas y entre ellas enterró su rostro.

-Bien –dijo la voz-. No debes salir, niña. Es de día.

Del otro lado de la habitación surgió una sombra para dar unos pasos apresurados hacia Alicia.

-Sal, niña -su voz era más clara y agradable que la primera, pero igual de desapasionada-. ¡Hoy es el día! Si no, no saldrás nunca.

Alicia alzó la cabeza y miró hacia la puerta. Parecía tan fácil…

-Aquí dentro todo está bien, niña -la primera sombra intentó convencerla-. Quédate conmigo y no tendrás que soportar de nuevo sus miradas acusatorias.

-¡Solo fue un error! –gritó la otra, indignada-. Todo el mundo comete errores. ¿No es así, Alicia.

Ella titubeó antes de hablar.

-Sí, pero no todo el mundo…

-… le arrebata la vida a un inocente –le ayudó a completar la frase-. Quédate, Alicia. Podremos vivir aquí lejos de los errores.

-Vivir aquí lejos de los errores -repitió con una débil voz.

-¿Acaso crees que esto es vivir? -la sombra menos opaca se arrodilló junto a ella, pero sin llegar a tocarla. Nunca la tocaban- Alicia, por favor… No has comido ni bebes desde hace horas. No sales desde hace meses. ¡Esto no es vivir! Puedes rectificar, puedes perdonarte a ti misma.

La primera sombra se rio.

-¿Perdonar? Mató a una persona; es una asesina.

-Debes perdonarte a ti misma. Todo saldrá bien.

Alicia se puso lentamente en pie. Las sombras la miraban con curiosidad. Llevaba mucho tiempo encerrada bajo esas cuatro paredes, obsesionada con lo que sucedió aquel día, hacía un año, en el que disparó por error a la persona equivocada. Había escondido su uniforme y su placa de policía; no se creía merecedora de volver a usarlos.

-Perdonarme…

Caminó hacia la puerta y agarró el pomo con manos temblorosas.

-Alicia, vuelve aquí –le ordenó la primera de las sombras- ¿Es que no me oyes, niña? ¡Asesina!

Alicia no soltó el pomo.

-Te oigo… -susurró. Ya no le temblaba la voz-. Pero no pienso escucharte más. ¡Desaparece!

La sombra se esfumó en silencio.

Alicia se dirigió a la segunda sombra, inmóvil tras ella.

-Gracias. Y no te separes nunca de mí.

Alicia abrió la puerta y la luz del día bañó su rostro. Sentía a ambas sombras dentro de ella, pero la Culpa ya no tenía poder alguno en su corazón.

Acababa de perdonarse.

Sonrió por primera vez en meses y salió a la calle.