XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Sonríe

Rocío Buenaventura, 15 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

La prisa puede con nosotros, como si no nos moviéramos por nuestro propio pie. Hay algo que nos empuja: el deseo de ser personas efectivas. En ocasiones, puede ser una cualidad positiva, pero en otras nos hace poco “humanos”. Por ejemplo, no pocas veces a lo largo del día nos olvidamos de sonreír.

Una sonrisa es únicamente un gesto, un leve movimiento en el que se involucran quince músculos de la cara, pero si miramos más allá, sabemos que se trata de algo mucho más grande, porque una sonrisa puede cambiar el día a cualquiera, a quien la recibe y a quien la envía.

Cuando en el colegio llega la hora de comer, las masas de alumnos echamos a correr de tal forma, que ni un ejército sería capaz de detenernos. El hambre nos puede, lo que nos hace olvidar aquellos trucos que nos ayudarían a tener mayores beneficios frente a la mujer que sirve la comida. Por propia experiencia, sé que si llego con una sonrisa y le ruego que me ponga menos lentejas o judías, la mujer recibirá mi petición de una manera distinta a si no le doy importancia a detalles como este.

“La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz”, dice un refrán escocés. Además, a fuerza de costumbre llega un momento en que te sale sola, sin pensarlo, lo que te convierte en una persona alegre que inspira confianza y seguridad.

Ahora que casi todos luchamos contra nosotros mismos para conseguir alcanzar determinadas metas, por qué no proponernos la de sonreír. ¿Acaso no es una de las más sencillas? ¿No podría ser un maravilloso hábito? Eso sí, no sugiero llegar a ese extremo en el que la sonrisa sea más falsa que las RayBan de un puesto callejero.