XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Sonrisas a modo
de regalo 

Glòria Pujol, 17 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Cada vez que paso por el supermercado, me encuentro con la misma persona: un joven de unos veinticinco años, de piel morena y con la cabeza protegida por una gorra. Suele estar sentado sobre una caja de plástico ante la puerta del comercio, con la esperanza puesta en el vasito que coloca en el suelo, con el que suplica la caridad de los clientes. Su única compañía son los perros que sus dueños dejan atados ante la tienda, que se quedan ansiosos y ladran a su lado hasta que sus amos regresan con las bolsas de la compra a rebosar.

Para mí, este hombre representa a todos los vagabundos de Barcelona: el que toca el acordeón en el metro, el que hace sonar música a un instrumento chino, a otro que maneja el violín a las puertas de la catedral, al que camina con los pies descalzos aunque llueva, y a todos aquellos que tienden la palma de la mano delante de las iglesias. 

Me pregunto qué vida llevarán esas personas. Verlos deambular por las aceras o topármelos en las esquinas y en el supermercado, me produce una mezcla de dolor y tristeza. Reflexiono acerca de todas las personas que les entregan limosna, comida, ropa, mantas… Una vez, desde la ventana del autobús, vi a una pareja dar un billete de diez euros a un mendigo de avanzada edad, que se quedó sorprendido, acostumbrado como estaba a las monedas de céntimo. Cuando les observó alejarse, brillaba en su rostro una pincelada de esperanza. 

En el otro extremo estamos todos aquellos que ni siquiera regalamos una mirada, quizá por miedo, quizá para que no nos duela la conciencia o para no sentirnos mal ante la falta de generosidad.

Cuando vuelvo los ojos a mi interior, me horroriza comprobar cuáles han sido mis reacciones; no estoy satisfecha con mi proceder. En muchas ocasiones juzgo a los demás, acusándoles sin palabras por su egoísmo. Sin embargo, me cuesta reconocer que también yo lo soy, pues bebo del mismo veneno, como demuestro tantas veces con los mendigos. Pero no me quiero quedar encerrada en este pozo, sino sacar algo positivo, lejos del pesimismo y de mi incapacidad para cambiar las cosas. Me doy cuenta de que aunque yo no tenga dinero, sí que puedo brindarles un <<buenos días>> o un <<buenas tardes>>, que son pizcas de amor.