XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Su muñeco

María Lucini, 16 años

              Colegio Puertapalma (Badajoz)  

Ella le regaló la muñeca con todo su cariño. Él se ilusionó y le dio las gracias mientras la cubría de besos. La cuidó durante tres días. Al tercero ella vio horrorizada cómo la desgarraba: el algodón salía a montones por los agujeros que le había hecho en el torso.

Después de eso ella lloró sin consuelo. Él le pidió perdón y le prometió que no lo volvería a hacer. Logró que le creyera. Para terminar de consolarla, la llevó a cenar a un sitio caro. Ella se secó las lágrimas y zurció toda la noche para arreglar la muñeca. Mientras él dormía, ella trabajaba. Le costó mucho esfuerzo, pero consiguió que quedara casi perfecta.

La promesa duró una semana, porque el domingo él volvió a hacerlo. Llenó la muñeca de arañazos por los que se escapaban sus blancas entrañas. Esta vez incluso separó un bracito del resto del cuerpo.

Ella se lamentó. Pensaba que todo había sido por su culpa. Si le hubiera dado algo a su altura, él no se habría portado así. No le estaba prestando la atención que necesitaba; por eso rompía la muñeca.

En esa ocasión, él no se disculpó. Le reprochó que estaba siendo muy dura con él, pero fue generoso y la perdonó. Ella se lo agradeció. Para demostrárselo, trabajó durante todo un día para que la muñeca quedara como nueva.

Pasaron tres días más.

Él volvió a hacerlo. Ella lloró y se disculpó. Él no la perdonó enseguida. Ella se desesperó, pensando en qué había hecho mal. Se pasó remendando dos días para arreglar el nuevo destrozo. Él le gritaba que lo hiciera más rápido.

Pasaron dos días.

La muñeca estaba irreconocible. Ella se frustró. No sabía cómo iba a arreglarla esta vez. Lloró. Él la insultó.

Tardó dos días en componer por cuarta vez todas las piezas de su muñeca. Ya estaba cansada; no lo había hecho tan bien como las otras veces. Cuando terminó, él se la quitó de las manos. Alzó la voz violentamente, diciendo que la muñeca no estaba perfecta. Sin vacilar un segundo, la desgarró por la mitad y se la tiró a los pies.

Sollozos. Desesperación. Frustración. Menosprecio. Dolor.

Ella comenzó a pensar que quizás no fuera un fallo suyo. Se prometió, por enésima vez, que si él rompía la muñeca de nuevo no se la daría por mucho que le doliera.

La muñeca, visiblemente maltratada, volvió otra vez a las manos de él. Ese mismo día la destrozó.

Entre lágrimas, ella hizo acopio de valor para cumplir su propósito. La muñeca era de él, pero no la sabía cuidar, así que no la tendría más, aunque a ella le costara.

Una vez reparada, ella situó la muñeca encima de la estantería más alta, donde él no podría llegar.

Cuando él preguntó por la muñeca, ella dijo que no se la entregaría esa vez. Él lloró, suplicó, prometió, amenazó, gritó. Intentó conmoverla, pero ella ya había tenido suficiente y no se la daría. Él trató de llegar hasta la muñeca por todos los medios. A pesar de todo, no lo consiguió. Cuando lo había intentado todo, miró a la mutilada muñeca por última vez. Decidió rendirse. Se marchó, sabiendo que en realidad nunca la había querido.