XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Superhéroes 

Evita Barrio, 15 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Mis hermanos pequeños habían convertido el salón en un cuarto de juegos. Ebrios por las horas de imaginación desatada, sus ojos ya no veían las cosas como son (los cuadros no eran cuadros, la alfombra no era la alfombra, la mesa auxiliar tampoco, como no lo eran la escultura ni las cortinas) sino como objetos que formaban parte caprichosa de un mundo en transformación imparable en el que iban sucediéndose las escenas más sorprendentes. 

–¡Salid de en medio, malditos, que viene Superman a salvar el mundo! –gritó Lucas, en pie sobre el reposabrazos del sofá. 

José, que le había tocado el papel de villano, le respondió:

–No me asustan tus amenazas, Superman. Tengo en mi poder una roca de kriptonita con la que te debilitaré.

Superman (digo, Lucas) dio un salto y cayó sobre el parqué. Llevaba una camisa vieja a modo de capa, atada al cuello, y no se cansaba de apretar los puños, con el brazo derecho estirado cuando quería dar a entender que había echado a volar.

Reconozco que les observaba con desgana, porque no me dejaban concentrarme en la lectura. Además, les había recordado que a nuestra madre no le gusta que jueguen en el salón, a lo que voluntariamente hicieron oídos sordos. Llegada la hora de los juegos, en la cabeza de mis hermanos no caben advertencias ni amenazas, sino su teatrillo repleto de superhéroes: porque si Lucas era Superman, Pablo cumplía el papel de Capitán América. Y cuando José se cansó de representar al “malo”, se convirtió sin mediar palabra en la Antorcha Humana.

Superhéroe, superhéroe… No se nos cae la palabra de la boca. Según la RAE, es un Personaje de ficción con poderes extraordinarios que usa para combatir el mal. Viendo a mis hermanos durante aquella tarde, sé que no son los mejores representantes de dichos personajes de ficción, pero en la vida usan los talentos y virtudes que han recibido para hacer cada día un poco mejor, sin verse obligados a disfrazarse ni a esconder su nombre.

Las relaciones fraternas son maravillosas: cada cual se muestra como es, sin filtros. Por eso los hermanos nos ayudamos y nos peleamos. Salimos juntos a hacer unos recados y en el camino de ida y en el de vuelta no dejamos de discutir, pero enseguida hacemos las paces como si no pasara nada. A pesar de que no llevamos extrañas vestiduras ni escodemos artilugios, cada cual tiene los “poderes” que Dios le ha dado al nacer, virtudes que descubrimos, utilizamos y desarrollamos para mejorar la vida de los demás. 

Recomiendo estar al tanto de quiénes pueden ser los superhéroes que nos acompañan: quizás el cocinero de la escuela que nunca deja de sonreír, la barrendera que canta mientras vacía el contenido de las basuras del parque, el conductor del autobús público que tiene el gesto de abrirnos la puerta cuando llegamos a la carrera, el adolescente que en el metro le cede el sitio a una joven que lleva a un niño de la mano, la tendera que tiene que volver a doblar toda una montaña de ropa que los clientes le han pedido que les mostrara, sin que se llevaran un solo artículo…