VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Sus últimas esperanzas

Isabel Trius

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Alicia se apresuraba para llegar al lugar donde, dos horas antes, había aparcado el coche. A las siete había quedado con una amiga y llegaba tarde. Era una amistad del colegio. Después de un reencuentro con su promoción escolar, Alicia había conseguido recobrar algunos contactos. Uno de ellos era Delfina.

Caminó por la Vía Augusta hasta el automóvil. Con toda naturalidad, se aventuró a buscar las llaves en el gran bolso que portaba. Sin embargo, no las halló y el corazón le dio un vuelco. Con los dedos temblorosos, rebuscó unos minutos por la bolsa y sus cavidades. Llegó al convencimiento de que no estaban. ¡Había perdido las llaves!

Laura volvía con su alocada hija de la piscina. Con mucha paciencia, escuchaba lo que la adolescente narraba. No podía evitar sonreírse al encontrar su juventud reflejada en aquella chica con sus problemas de quinceañera. Con el cabello mojado, caminaba junto a su madre por la Vía Augusta cuando se detuvo en medio de la calzada.

Señaló un objeto que había en el suelo. “¡Mira, mamá! Unas llaves de coche ¿Qué hacen aquí?”. Laura las cogió y las examinó. Llevaban por colgante un bolsito rosa con diamantes. Como eran de mecanismo inalámbrico, se le ocurrió probar si pertenecían a algún coche de la cercanía. Pulsó un botón, pero nada, a ninguno le parpadearon las luces. “Habrá que ir a la policía”, determinó. Pese a las protestas de Blanca, dieron media vuelta para encaminarse a comisaría.

Alicia no sabía qué hacer. Desesperada, llamó a Delfina con el móvil.

“¿Fina?... Sí, soy yo, Alicia. Me voy a retrasar un poco; he perdido las llaves de mi coche... ¿Que vaya a comisaría?... Dudo que haya nadie capaz de devolver unas llaves que ha encontrado tiradas por la calle… Bueno ya te llamaré… ¡Adiós!”

Después de esa conversación, Alicia depositó sus últimas esperanzas en esa supuesta persona que podría haber tenido semejante gesto.

Llegó a la comisaría y se dirigió al guardia, al que expuso su problema. “Lo siento señora”, fue la negativa del gendarme. “Si las recibimos, contactaremos con usted.” Desalentada, salió del edificio y en el portal se chocó con dos personas tras una esquina. “Perdonen”, musitó Alicia.

Ya no había nada que hacer. Se disponía a coger un taxi para regresar a casa cuando, de repente, oyó la voz del guardia “¡Señora, señora!”. Al girarse vio al gendarme seguido por una mujer adulta y su hija. La chica portaba aquel objeto que tantas preocupaciones le había causado: su llavero.