XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Talla “S” de sufrimiento

Yitong Pan, 16 años

                 Colegio IALE (Valencia)  

Muchas veces me he preguntado si mereció la pena ser estricta conmigo misma para lograr cierta apariencia física.

Pasé un periodo de mi adolescencia mediatizada por la esclavitud de una pretendida belleza que me sujetaba a la tiranía del peso. Llegué a imponerme hacer una sola comida al día, y me obsesioné con el deporte como medio para quemar calorías. Me empeñé de tal modo en estar delgada, que nada más despertarme salía corriendo de mi habitación para encerrarme en el baño, donde me subía a la báscula para comprobar si había logrado bajar algunos gramos. Si no era así, me prohibía comer durante toda la jornada, como castigo.

La tabla de calorías era la que marcaba mi dieta. No me permitía ningún solo premio, ni siquiera una onza de chocolate, una chuchería o algo de mantequilla sobre las tostadas. En el carro de la compra nunca aparecía lo que más me gustaba sino aquellos alimentos que menos engordan. Me repetía: <<Si hoy como menos, mañana mi peso bajará más>>. En solo dos meses perdí diez kilogramos, pero sin saber las consecuencias negativas para mi metabolismo.

Nunca imaginé que podrían asociarme con el “trastorno por atracón”. Cuando perdía el límite al comer, las sensaciones de culpa me hundían y empeaba a vomitar. Este horrible ciclo me acompañó durante un año entero y acabó por devolverme esos diez kilos a modo de vengaza. Pero, gracias a que todo tiene un fin, me di cuenta de que aquel modo de vida era un error. Había priorizado la belleza a mi salud. Mis padres y amigos me ayudaron a ir por el camino correcto y aprender a tener hábitos alimenticios saludables.

En este mundo, no existen dos huellas idénticas; todos somos diferentes. Entonces, ¿por qué tenemos que seguir un solo patrón de belleza? Busquemos el estado físico que mejor nos venga y renunciemos a este tipo de plantillas.