XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Tardes a bordo del Nautilus

Beatriz Ros, 16 años

                Colegio Senara (Madrid)  

Anita se encontraba al final del pasillo, como cada domingo. Estaba sentada con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la estantería. En sus manos sostenía un libro, la misma novela que la del fin de semana anterior. Estaba a punto de terminarla.

Podía pasarse toda la tarde leyendo. De hecho, apenas se movía del pasillo; tan solo cambiaba de postura de vez en cuando. Los únicos sonidos que se escuchaban en aquella zona de la casa eran el pasar de las páginas y su respiración, que se aceleraba de vez en cuando, al compás de la historia. Ella no atendía a ningún ruido —ni siquiera a su abuela, cuando la llamaba junto a sus primos cuando la merienda estaba lista—.

Pasaron los años. Anita recordaba con inmenso cariño aquellas tardes de lectura. En ellas dio sus primeros pasos en el mundo de la tinta y el papel. Aquellos libros fueron el origen de su inspiración. Tampoco podía olvidar la tarde que el abuelo le enseñó su colección de libros antiguos, con las páginas amarillentas y las encuadernaciones rotas, sobadas, maltrechas por el paso del tiempo. Por eso el peor momento de aquellos domingos era cuando su madre venía a avisarla de que tenían que marcharse.

—Cierra el libro, Anita.

Se le enternecía el corazón al ver que su hija, de ocho años, volvía a enterrar la vista en la novela de Julio Verne, como si le hubiera hablado en chino mandarín.

Durante la semana, Anita rememoraba las aventuras del capitán Nemo a bordo del Nautilus, dibujando en su cabeza los paisajes descritos en “Viaje al centro de la Tierra”. Otras veces soñaba que ella también viajaba a lugares tan remotos como los que visitó Phileas Fogg. Y así hasta que llegaba el domingo por la tarde, cuando volvían a casa de los abuelos para retomar todas aquellas historias.