XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Tatuaje

María Gracia Ballarín, 17 años

Colegio Altozano (Alicante)

<<La aguja se clava en la piel y la penetra, dejando a su paso un rastro de tinta y dolor. Después, la marca –fea o bonita– se quedará para siempre, perdurará pase lo que pase>>, pensó Mónica mientras un tipo desmelenado le tatuaba la palabra “Tatuaje” en el antebrazo. <<Los tatuajes esconden secretos, alegrías, tristezas o fanatismos. Son una expresión de la necesidad del ser humano de abrirse al mundo para contarle sus sentimientos >>. 

Tras esta reflexión y cuando el tatuador terminó su trabajo, Mónica quedó extasiada por la bella caligrafía que aquel hombre había perpetuado sobre su piel. Aquel era un viaje de ida sin retorno, pues esa palabra viviría sobre ella hasta el final de sus días.

Pagó y salió a la calle. El sol resplandecía en lo alto, se respiraba un aire limpio, las montañas verdes invitaban a ser escaladas y en el lado opuesto, el mar brillaba sereno. Mónica se sintió libre. Le llenaba una sensación de felicidad que le hacía admirarse del paisaje que la rodeaba. 

Pero aquel idilio se interrumpió bruscamente cuando una mujer que iba cargada con dos bolsas de la compra, se chocó con un anciano y el contenido de una de las bolsas se desparramó sobre la acera. El anciano, tambaleándose, insultó a la mujer y se fue sin siquiera mirarla. Mónica, consternada corrió a ayudarla.

De camino a casa, mientras atravesaba una de las avenidas con más tráfico de la ciudad, vio como dos conductores se gritaban en un cruce a cuenta de quién pasaba primero. Tanto se enzarzaron que el semáforo se puso en rojo y organizaron un atasco.

Eran las once de la mañana y Mónica tenía hambre, así que decidió tomarse un café con leche y una ensaimada. Se sentó tranquilamente en la barra y cuando terminó el desayuno se dispuso a pagar a la sonriente camarera. Pero al abrir el monedero se percató de que había cogido el dinero justo para el tatuaje. Un chico que tomaba un refresco a su lado, se percató de su sonrojo.

–No te preocupes, que pago yo –le dijo.

El muchacho depositó unas monedas sin titubeos ni pedirle nada a cambio. Profundamente agradecida, se despidió de él, salió de la cafetería y regresó a casa envuelta en una nube de felicidad.

Mónica valoró que aquella mañana había aprendido que la actitud de las personas es comparable a los tatuajes, pues refleja lo que cada uno lleva en su interior, lo que siente, su capacidad de amar y de padecer entre los mil sucesos de cada día. Algo tan simple como la sonrisa de una vecina o el <<hasta luego>> del conductor del autobús, calan hasta dentro, como la tinta de los tatuajes, que puede ser delicada y beneficiosa, o ponzoñosa y violenta. El modo de afrontar la rutina y lo extraordinario constituye un viaje de ida sin retorno, que define la personalidad. Por eso decidió tatuarse la palabra “Tatuaje”: sus marcas indelebles enseñan lo que es cada uno.