VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Temores

Almudena Outeda Rodríguez 15 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Las olas iban y venían, extendiendo sus largos dedos hacia ella. Querían tocarla, lamerle los pequeños pies con su fría lengua de espuma. La niña las miraba, entre divertida y asustada, mientras alzaba su rizada cabecita cada vez que oía su nombre. Sumergida en la inmensidad del mar, su madre la llamaba con los brazos extendidos y una alegre sonrisa iluminando su rostro, invitándola a reunirse allí con ella.

La pequeña contemplaba el agua, observaba su movimiento. ¡Qué bien, se apartaba para dejarle llegar hasta mamá! Y comenzaba toda alborozada su loca carrera hacia el océano, aprovechando ese breve instante en el que el oleaje se adentra. Pero, aterrada, regresaba a la orilla huyendo de ese elemento desconocido. ¿Es que nunca iba a cederle el paso?

Tras una serie de intentos fallidos, se sentó sobre la arena con aire frustrado. ¿Por qué mamá no entendía lo poco que le gustaba el agua? La bañera de casa, bueno, era razonable, pero esto… En sus tres años no había visto tanto líquido junto. ¿Quién habría podido preparar un baño tan gigante, con jabón y todo? Ni siquiera se habían olvidado de poner pececitos de juguete.

No, no iría. No merecía la pena, ni siquiera por la onza de chocolate que le ofrecía su madre a cambio. Se levantó despacio, con esa gracia de niño pequeño y, tambaleándose, dio media vuelta. Pero sus cortas piernecitas la traicionaron, dejándola a merced de la traviesa gravedad.

Como fiera que acecha a la presa, el oleaje saltó raudo sobre la chiquilla, atrapándola entre sus húmedas garras. Un golpe de sensaciones desconocidas invadió los sentidos de la niña: un sabor salado inundó su boca, mientras las corrientes, a veces frías, otras templadas, acariciaban su piel, produciéndole deliciosas cosquillas.

En medio de tantas impresiones nuevas, la marea se llevó su miedo, trayéndole como recompensa el premio. Mientras chapoteaba alegremente, descubriendo lo divertido que puede ser el mar, unos brazos conocidos la levantaron y, entre risas y abrazos, mamá comenzó a llenarla de besos, felicitándola.