IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Tengo una hermana especial

Beatriz Sandá, 15 años

                Colegio Las Chapas (Málaga)  

Voy a relatar la historia de una niña que, por ciertos problemas que sufrió al nacer, padece una discapacidad mental. Esta niña es mi hermana.

El 11 de agosto de 1994, en una habitación de un hospital de Mérida se hallaba una mujer a punto de dar a luz. Estaba sola, pues los médicos no permitieron que nadie le hiciera compañía. Maldita la suerte, ya que se puso de parto durante el cambio de turno de los médicos. Aquel cambio duro más de lo debido y mi madre se encontró sin asistencia.

Una limpiadora escuchó sus gritos de socorro y corrió a dar aviso. Mi hermana, a causa de la espera, padeció sufrimiento fetal que dio lugar a una discapacidad llamada “retraso psicomotor”. Por entonces yo tenía dos años, así que al principio no noté nada. Pero conforme fuimos creciendo, descubrí que ella era diferente. A los cinco años no sabía hablar y sólo comía purés. Fue entonces cuando yo comencé a pensar, con cierta dosis de egoísmo: “¿por qué a mí? ¿Por qué a mi familia? ¿Por qué no podré tener una hermana como las demás?. No lo entendía el sentido de aquel dolor que creía injusto.

Cuando mi hermana dejó la guardería y entró en mi mismo colegio, para mí fue un suplicio. Al principio tenía miedo de que se perdiera, de que los demás niños no la quisiesen... Pero hizo amigos, en su clase la querían y en las lecciones de apoyo con la pedagoga se encontraba con otros niños en circunstancias parecidas a las de ella.

Lo peor llegó cuando tuvo que repetir el último curso de infantil. Aún no asimilaba los conocimientos básicos y seguía sin hablar. Me di cuenta entonces de lo crueles que pueden llegar a ser los niños. No me refiero a los de su curso, demasiado pequeños, si no a los de cursos superiores, pues se reían de ella y la insultaban.

Reconozco que, con frecuencia, se metía en problemas por defender a sus amigas. Su incapacidad para hablar le hacía sacar todo el genio que llevaba dentro. Pero los demás terminaban por tirarla al suelo si no la pegaban antes. Cuando ella se metía en peleas, yo iba por detrás para defenderla.

Muchas veces me sentía sola, pues no conocía a nadie en mi misma situación. Pero apareció una mujer joven en mi casa. Mi madre la había contratado para darle clases particulares después del colegio. Ella tenia un hijo con síndrome de down y en el colegio había sufrido el mismo rechazo que mi hermana. Nos hicimos muy buenas amigas. Ella y su hijo pronto fueron como de la familia. Aunque no cambiaron las situaciones en el colegio para ninguno de los dos, había siempre un momento del día en el que éramos felices los cuatro juntos.

Pasado un tiempo, los médicos recomendaron a mi hermana un cambio de aires. Mis padres buscaron una casa en Marbella en la que empezar una nueva vida. Fue todo un acierto, ya que mi hermana mejoró notablemente, a pesar del dolor de separarnos durante las horas de colegio.

Sin embargo, conocí en mi nueva clase a una compañera que tenía un hermano en circunstancias muy parecidas. Él acababa de aprender a andar y aun no habla. En poco tiempo, ella y yo nos hicimos inseparables, nos contábamos nuestras preocupaciones y lo mal que nos sentíamos por no poder hacer que nuestros hermanos mejoraran. Pero la familia de mi nueva amiga nos dio a conocer una asociación para niños discapacitados en la que suscribimos a mi hermana. Allí hizo bastantes progresos y ha terminado por aprender a defenderse sola y a ser, de alguna manera, “independiente”.

Mi hermana me ha enseñado muchas cosas. Entre otras, que soy una chica afortunada que sabe lo crueles que podemos llegar a ser con los más débiles. Además, sé que se puede vivir con valores y principios. También ella me ha ayudado a comprender lo insignificantes que pueden llegar a ser nuestros problemas cotidianos frente a los de muchachas como ella. Los enfermos tienen el coraje de levantarse cada día con una sonrisa e ir al colegio a pesar de que puedan ser no muy bien acogidos. Su inocencia les anima a acercarse a aquellos que les desprecian, los humillan e, incluso, les pegan para dirigirles unas palabras amables y creer que se las van a devolver sin gestos de burla y todos podrán ser buenos amigos. Y, a pesar de todo, cuando regresan a casa cuentan con inmensa alegría lo bien que les ha salido una tarea y las felicitaciones que han recibido de sus profesores. Son felices a pesar de que el día de mañana no podrán acceder a una universidad y tendrán que superar un sinfín de dificultades.

He visto muchas veces a mi hermana cuando coge un papel y un lápiz y empieza a escribir, o cuando coge un libro y empieza a leer con la ilusión de ponerse al nivel de sus compañeros. No puedo olvidar tampoco cuando se pone los patines con la ilusión de practicar mis mismas aficiones. Se cae y se levanta de la misma sin darse ni una sola vez por vencida. He contemplado la ilusión y la alegría cuando logra superarse así misma y la he visto llorar a causa de aquellas personas que la han tratado mal simplemente por ser como es. Poco después, dice que no les guardaba rencor y que las perdona.

Como mi hermana hay muchos niños que luchan por superar sus deficiencias físicas y mentales. Son una fuente inagotable de cariño, mil veces mas agradecidos que nosotros, niños que son felices con cualquier cosa, cuyo mayor tesoro es la inocencia. En ningún caso se les puede conseguir un estorbo o errores de la naturaleza. Por eso es una pena que no tengan colegios con integración para secundaria y bachillerato.