IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Tenía forma de lápiz

Sofía Sakr Nassef, 15 años

                Colegio Guaydil (Las Palmas)  

El gallo cantó al amanecer. El ambiente estaba tranquilo, a diferencia de otros días. La pequeña Salma se desperezó en la cama que compartía con su hermana mayor, que se había levantado hacía ya rato para ayudar a su madre con el desayuno.

Vivían cerca de la frontera con Israel, en medio de la nada, y se dedicaban al cultivo de aquellas extensas tierras. Allí no había hospital ni escuela, pero sí una bonita y pequeña mezquita a la que los pequeños del pueblo acudían para recibir clases.

Aquel día no difería mucho de los demás. Salma desayunó y salió a una pequeña plaza en medio de la aglomeración de casuchas. Allí se encontró con los demás niños: Mohammed, Mariam, Hussein y Jadiga entre otros. En aquel espacio tan reducido jugaron un rato a la gallinita ciega y al pañuelo. En un instante se llenó todo de gritos alegres y risas, hasta que, pasadas las seis, volvieron todos a sus casas, donde contaron a sus familiares aquel mundo de aventuras infantiles.

Antes de acostarse, Salma le pidió a su padre que le contase un cuento. Después se metió en la cama con su hermana.

El gallo volvió a cantar a la mañana siguiente, pero el silencio se tragó aquel reclamo. Todo parecía normal. Los padres de familia empezaron a salir de las casas para ir a trabajar.

Salma se levantó de la cama y se asomó por la puerta de la habitación, que daba al salón comedor, en donde su padre se estaba poniendo los zapatos sentado sobre una banqueta cubierta por una tela colorida. Justo al lado, la puerta abierta dejaba entrar los rayos del sol, que empezaban a caldear el lugar. Se estaba preparando para salir a labrar aquella tierra que les daba el sustento.

De pronto se oyeron varios disparos que atravesaron el silencio. Ante la atónita mirada de Salma, su padre cayó desplomado con un extraño orificio en el cuello. Algo había abierto un boquete en la pared. Su madre entró corriendo al oír la caída y empezó a gritar al ver el charco que se había formado debajo del cuerpo inerte de su marido. Enseguida aparecieron los vecinos.

La mañana se rompió con el llanto de las mujeres y los improperios de los hombres. Uno de ellos se agachó a recoger algo, un pequeño objeto metálico que se asemejaba a un lápiz.