XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Toda una vida

María Flores Hens, 17 años

              Colegio Zalima (Córdoba)  

«Un día más es un día menos», decía siempre. Su vida se había convertido en una au-téntica rutina, sobre todo desde que se jubiló. A lo largo de muchos años, la oficina le había robado un tiempo muy valioso que, si era honesto consigo mismo, debería haber dedicado a su familia.

Ese día despertó con un fuerte dolor de espalda, pero aun así decidió levantarse de la cama y dar su paseo matutino por el parque. Esta vez prefirió sentarse en un banco, pues por experiencia sabía que su espalda no le permitiría llegar muy lejos. El banco estaba frío, pero no le importó. Podría dedicarse a observar a la gente que pasaba; nunca lo había hecho, puesto que siempre consideró que era una manera terrible de perder el tiempo. Además, a él no le habían interesado nunca las vidas de los extraños; hasta que se jubiló y descubrió que podían resultar fascinantes.

Las risas de un pareja de avanzada edad reclamaron su atención. Iban cogidos de la mano; no hablaban, pero intercambiaban sonrisas y tiernas miradas que escondían momentos compartidos en la intimidad. Entonces recordó a su difunta mujer: había vivido entregada a él y, aunque él no se lo demostró lo suficiente, le estaba verdade-ramente agradecido.

Retiró la mirada de la pareja para fijarse en una señora de unos cuarenta años que iba hablando por teléfono muy agobiada, con las manos llenas de papeles y un maletín colgando del hombro. Esperaba que su adicción al trabajo no hubiera sido tan evidente como la de aquella mujer, aunque tenía la sospecha de que probablemente lo habría sido aún más.

Había unos adolescentes discutiendo en un banco cercano, o eso le pareció al princi-pio, ya que enseguida empezaron a reírse…

<<¡Qué extraña es la juventud!>>, pensó. <<Van de un extremo al otro de la escala de sentimientos en cuestión de segundos...>>.

A pesar de su mirada inquisitiva, ellos prefirieron no prestarle atención y se fundieron en un emotivo beso con el que sellaron las paces. Se fijó en los ojos del chico, prendi-dos de los de ella: destilaban una pasión sincera. Sin que él se diera cuenta, sus labios dibujaron una sonrisa. Aún recordaba su primer amor y lo bonito que era sentir mari-posas en el estómago.

Un niño pequeño tiró de la manga de su chaquetón y le pidió que levantara el pie, por-que le estaba aplastando su juguete. Él se apresuró a cogerlo y se lo dio en la mano. El niño echó a correr y se introdujo de nuevo en su mundo de fantasía. Sin duda, la infan-cia es la etapa en la que se disfruta más despreocupadamente de la vida. Se percató de que aquel pequeño tenía una mirada parecida a la de su nieto… Recordó con una desazón tremenda las numerosas veces que había rechazado su propuesta de jugar juntos, porque él, por aquel entonces, estaba demasiado ocupado. La conciencia de su error le destrozó el alma.

Volvió a casa. Con el corazón en un puño, se preguntó si realmente había vivido la vida como le hubiese gustado y si la había compartido —de verdad— con las personas que habían marcado un antes y un después en sus ochenta años de existencia. Y llegó a la conclusión de que no.

De nada servía lamentarse. Lo importante era que aún estaba a tiempo de cambiar, de de recuperar aquel tiempo perdido. En realidad, en eso consiste la vida, en luchar para mejorar. Esa es la clave de la felicidad que andaba buscando. Sin detenerse un minuto más, cogió las llaves de su casa. Esa misma tarde sería la primera de muchas en las que su nieto recibiría una visita muy especial.