XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Todo lo que puede callar 

Inés Milla, 16 años

Colegio Vilavella (Valencia)

–Y así fue como me hice escritora.

Un torrente de aplausos festejó el final de mi discurso. Mis treinta compañeras de clase se pusieron en pie sin dejar de batir las palmas. 

***

Empezaré aclarando que mi inteligencia es como la del resto de la gente de mi edad, sin nada que la haga especialmente particular ni brillante, llena de nudos enmarañados que parecen no desliarse nunca. 

Disfruto cuando en el colegio nos ponen a analizar algún poema, pues es la ocasión con la que puedo descubrir la razón que motiva a cada poeta. Además, como a todos los adolescentes, me gusta indagar en las redes sociales. En 2019 comencé a leer poesía en Instagram, una modalidad curiosa pero habitual en las cuentas de los jóvenes. Y aquella lectura hizo despertar mi ilusión por la escritura.

No tardé en coger la tablet, abrir el Word y enfrentarme a un documento en blanco. Al principio no sabía cómo empezar, de qué manera plasmar mis sentimientos. Pero, venciendo el miedo, lo logré. De este modo, cuando observaba un objeto mi mente era capaz de enlazarlo con algún pensamiento o alguna experiencia de mi vida. Así es como, poco a poco, mi primer poemario fue cobrando vida.

Lo publiqué con el título Un mundo de sentimientos y palabras, y pronto percibí que a los lectores les encantaba, lo que me hizo muy feliz. Pero mi vida empezó a experimentar emociones que me costaba gobernar: rabia, tristeza, alegría, resentimiento… Mi corazón trazaba un bucle descontrolado. 

Sufrí durante un largo año hasta que, poco a poco, logré superar aquellos pensamientos negativos. Presentí que se acercaba el mítico final feliz para aquella pesadilla, pero 2021 fue incluso peor. Pensé que había conseguido deshacerme de aquellos pensamientos tristes e intrusivos, pero estaba equivocada.

Una tarde me quedé en casa para cuidar de mi hermano pequeño. En un momento este desordenó su habitación y tomó, de una de las estanterías, un cubo de Rubik al que le faltaba una pegatina de color. Permanecí mirando el cubo fijamente, hasta que todo a mi alrededor se detuvo por completo. Entonces mi mente comenzó a hablar por sí sola: 

Colores, piezas, mecanismos. Así son todos los cubos de Rubick, un puzle con seis colores: 

rojo, azul, amarillo, naranja, verde, blan… Un momento, ¿por qué hay una pieza negra?

Qué extraño. 

El negro está lleno de miedo y oscuridad. Es la puerta a un mundo sombrío. 

Vuelvo a mirar el cubo y, de repente, una de las caras se ha vuelto completamente negra.

Ya sé lo que significa. Luz. ¿Luz? Sí, la luz que habita en mi interior.

Cada segundo que pierdo de vista el cubo, el color negro invade todas sus caras. Así me he quedado: de color negro. 

Ya no puedo hacer nada, porque ni siquiera sigo viva. Pero tú, qué estás leyendo este artículo, vuelve a pintar el cubo con sus colores correspondientes, ¡rápido! El tiempo se acaba. 

Y sí, el tiempo se acabó y dio comienzo la peor etapa de mi vida. Los meses pasaban muy lentos: abril, mayo, junio, julio… Durante las primeras semanas no pedí ayuda a mis padres. Me daba vergüenza volver a contarles que no me encontraba bien, darles a conocer que todo lo veía negro, que vivía dentro de una burbuja llena de mil demonios.

Días después tomé el teléfono móvil y abrí, en la aplicación de notas, una nueva carpeta. Allí fui escribiendo todo lo que sentía, una mezcla de todos mis estados de ánimo. Poco a poco esas notas fueron creando una estructura tan variada, que decidí agrupar los textos por colores: en el blanco guardo ficciones; en el azul abunda la tristeza, el pesimismo; en el rojo, ira, resentimiento, rabia, y, por último, en el verde felicidad y agradecimiento, es decir, el merecido final feliz de esta gran historia que es mi vida.

Decidí que mi segundo libro se llamase Todo lo que pude callar. A veces me pregunto: ¿habrá una tercera parte?