XI Edición
Curso 2014 - 2015
Tres ángeles caídos
Alejandro Velasco, 16 años
Colegio Mulhacén (Granada)
Nicolás conducía de noche por una carretera solitaria. De pronto, el coche empezó a dar muestras de que algo fallaba, hasta que el motor dejó de funcionar.
Recostó la cabeza en el volante.
-¡No, me hagas esto ahora, en medio de la maldita nada! –habló, como si el automóvil pudiera comprenderle.
Respiró hondo, cogió una linterna y salió, cerrando la puerta con rabia.
Antes de abrir el capó iluminó los alrededores. Estaba en mitad de un bosque. Los árboles se agitaban con furia y crujían mientras soportaban un viento rabioso. Nicolás miró hacia el cielo. Unas nubes blancas cruzaban velozmente sobre la luna, en cuarto menguante.
Al examinar el motor, enseguida identificó el problema. Cuando creyó haberlo reparado, lo probó; funcionaba.
Fue a cerrar el capó. Apenas lo bajó, escuchó algo. Se le puso la piel de gallina y empezó a volverse, apuntando con la linterna hacia la negrura. El reloj marcaba las tres.
No identificó de dónde venía el sonido, que parecía ser el canto de unos niños.
Al fin, al iluminar una parte del bosque los vio. Eran tres pequeños vestidos de blanco. Caminaban hacia él cogidos de las manos. Aunque sus caras eran las propias de unos niños, sus sonrisas parecían diabólicas y sus miradas delataban malicia.
Nicolás subió al coche y arrancó.
Miró por el retrovisor durante un buen rato, pero no volvió a verlos. En su mente se le repetía la canción. Trató de pensar en otra cosa, de sacársela de la cabeza, pero cada vez la escuchaba más fuerte. No entendía lo que decía, eran palabras en un lenguaje desconocido, pero estaban allí, taladrando su mente.
Se tapó los oídos con las manos y cerró los ojos, a punto de llorar. Entonces se le ocurrió una idea. Frenó el coche y buscó en la guantera.
-¡El CD! –exclamó.
Iba a ponerlo cuando miró a su lado: uno de los niños estaba pegado a la ventanilla. Por el retrovisor vio a los otros dos pequeños, sentados detrás.
A la mañana siguiente un ciclista encontró un coche con el capó abierto. La radio reproducía la música de un CD. En el interior del vehículo solo había una linterna parpadeando y un reloj, cuyas manecillas marcaban las tres en punto.