XX Edición
Curso 2023 - 2024
Tres galletas y un café
Beatriz Viñas, 14 años
Colegio María Teresa (Madrid)
Nunca se es libre del todo. Óscar lo supo en cuanto vio el mensaje de su editora, en el que le pedía la segunda parte de su obra recién escrita. Tuvo la tentación de lanzar su teléfono móvil contra la pared. Escribir aquella novela le había supuesto un grandísimo esfuerzo. Y aunque era cierto que en apenas dos semanas se había convertido en el libro de ficción más vendido, él necesitaba tomarse un tiempo de descanso y reflexión.
Estresado por la presión de la editora, de la prensa y de los lectores, decidió comprar un billete en el primer vuelo barato que encontró, sin apenas prestar atención a su destino. Despegó el avión y a través de la ventanilla observó cómo Madrid se hacía más y más pequeña ante sus ojos.
Horas después se encontraba sentado en una cafetería de París, ante la carta de postres y sin tener claro qué pedir. Sin tener claro nada en general.
Posó la carta y miró alrededor. Aquella ciudad era preciosa. Hacía diez años que no había vuelto a visitarla y, sin embargo, tenía la sensación de que todo estaba tal y como lo dejó.
El sol de la tarde calentaba lo suficiente como para que lo sintiera sobre su piel, pero sin agobiarle. Los parisinos pasaban a su lado, sumidos en sus conversaciones, sin prestar atención a lo que ocurría a su alrededor. Los turistas, por su parte, observaban cada detalle como si fuera único y mereciera una fotografía. Le pareció interesante el contraste entre unos y otros: los nativos, acostumbrados a aquel maravilloso entorno, iban y venían indiferentes, como viendo sin ver; los turistas lo observaban todo, atónitos, e intentaban empaparse de la esencia de la capital francesa.
<<La magia de París>>, pensó.
Cerró los ojos y respiró profundamente el aire puro del otoño.
–¿Va a tomar algo, señor? –le preguntó un camarero que llevaba en la mano una libreta parecida a la suya.
A Óscar no le sorprendió que le hablase español, pues la novela que tenía sobre la mesa lo delataba. Le sonrió, pues el acento de aquel muchacho era extraordinario.
–¿Eres español? –le preguntó, haciendo caso omiso a su pregunta anterior.
El chico asintió levemente. Al observar su rostro, Óscar notó algo familiar, como si lo conociera.
–¿Por qué te fuiste de España? –inquirió sin asomo de vergüenza, pues los escritores suelen destacar por una curiosidad sin límites
El camarero echó un vistazo a la silla. Con un gesto, Óscar le indicó que se sentara.
–Tenía ganas de descubrir qué había fuera de España. Llegué a París y me enamoré de esta ciudad: las calles, la gastronomía, la gente y, sobre todo, esta cafetería, en la que tomé mi primer café acompañado de tres galletas –. El escritor le sonrió–. Mi abuela decía que yo tengo un sitio en el mundo y que, en cuanto llegara, lo sabría. Pues bien, mi lugar está aquí, en París, con mi pequeño apartamento y mi gato. Además, he aceptado la misión de ayudar a viajeros perdidos, como usted, a encontrar su lugar.
Asombrado, el escritor sacó su libreta y se puso a redactar. El joven no pareció extrañarse por aquel comportamiento, incluso parecía satisfecho.
–¿Cómo te llamas? –le interrogó Óscar.
El camarero no respondió. Le miraba sin abrir la boca, hasta que dijo, al cabo de un rato:
–Esta no es su primera vez en París, ¿verdad?
–Viví aquí de niño, antes de mudarme a Madrid –le respondió Óscar sin apartar la vista de la libreta.
–Y cuando ha necesitado abandonar Madrid, sin saberlo, usted mismo se ha traído hasta aquí, en donde está destinado a quedarse –arrastró la silla–. Óscar, no se marche – le pidió el camarero casi en un susurro.
–¿Cómo sabe que me llamo Óscar?
Confuso, al alzar la vista descubrió que el muchacho se había esfumado.
Una camarera, que le observaba desde el interior de la cafetería, se le acercó.
–¿Qué va a tomar? –preguntó con una horrible pronunciación del español.
Óscar miraba a un lado y a otro.
–No se preocupe, me estaba atendiendo otro camarero, pero no sé a dónde ha ido.
–¿Otro camarero? –pareció extrañada–. Aquí solo trabajo yo.
Óscar la observó en silencio.
–Entonces, ¿qué va a ser, señor? –insistió la chica.
–Tres galletas y un café– respondió casi sin pensárselo, con una sonrisa en los labios.