VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Tres y media en el 32

Cristina Orts, 16 años

                Colegio Senara (Madrid)  

El agudo pitido al picar el abono sonó como cada mediodía a las tres y diez.

Elena y Carlota avanzaron hacia el final del autobús y se sentaron en sus sitios habituales, una enfrente de la otra. Normalmente se limitaban a comentar las clases del día, la faena de tal profesora al haberles puesto una nota más baja de la esperada, lo mal o bien que había salido un examen… Pero hoy era diferente: Elena llevaba todo el día susurrando entre clase y clase con una de sus amigas sobre un asunto que –al juzgar su expresión- le estaba causando más de un quebradero de cabeza.

Aprovechando la distracción de la profesora, Carlota había oído frases lanzadas en el aire y a la salida del colegio ya tenía una idea de lo ocurrido.

Para romper el hielo, empezó por preguntarle a Elena:

-Bueno, ¿y qué tal con Dani? Hace días que no me cuentas nada.

En realidad, hacía más de días que no se contaban nada que no guardara relación con el colegio. Aquella chica vestida con su mismo uniforme de cuadros verdes, sentada enfrente de ella en el 32 había sido, no mucho tiempo atrás, su confidente más leal, su mejor amiga.

-Bueno, la verdad es que todos los hombres son iguales.Te prometen la luna y, a la primera de cambio, te dejan por cualquiera que se les ponga por delante.

Elena se dispuso a enumerar la larga lista de defectos de los hombres, pero sin dar detalles de su situación. Se sentía incómoda hablando de esas cosas con Carlota.

-¿Pero qué os ha pasado?¿No decía que te quería? -A Carlota le vencía la curiosidad. Conocía bien a Elena y el espíritu enamoradizo que la caracterizaba.

-Sí, me quiere, pero está hecho un lío. No sabe a cuál de las dos elegir. ¿Me entiendes?

Carlota asintió. Llegados a este punto, ya no sabía qué decir. Quizá tres años atrás, con un simple comentario, le habría arrancado la sonrisa. Pero ahora ya no cabía esa posibilidad. Las dos estudiantes se sentían como completas desconocidas.

Elena optó por mirar por la ventana, contando las paradas que quedaban para bajarse. Carlota miró su cara, aquel rostro tan familiar y a la vez tan lejano. Quiso decirle, por un segundo, que le gustaría retroceder en el tiempo y que algunas cosas volvieran a ser como antes, pero le venció la cobardía y el miedo al ridículo.

“Pensará que soy una cría”.

-¿Sabes? Yo creo que se decidirá por ti.

Elena sólo fue capaz de contestar con un apagado “Gracias”.

-Genial. Que comas bien y te cunda la tarde.

-Hoy tengo canelones, ¿te acuerdas?

Las puertas ya se abrían cuando Elena lanzó esa pregunta. Surcaron en la mente de Carlota unas cuantas imágenes de cuando eran pequeñas y se reían por algo relacionado con los canelones, pero no conseguía recordar el qué.

-Si…¡Qué tiempos! -Carlota intentó esbozar una sonrisa.

Pero las puertas ya se habían cerrado. Desde el interior del autobús miró a Elena con nostalgia mientras ésta entraba en su portal, y murmuró para sí: “Ojalá se repitieran”.

Una vez más, como cada día a las tres y media, se prometió a sí misma vencer su orgullo al día siguiente, en otra conversación del 32.