XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Trescientos sesenta
y cinco días 

Jimena Rosique Gutiérrez, 16 años

Colegio de Fomento Altozano (Alicante)

Edipo de vez en cuando era un bocazas. 

Cuando Olmedo entró por la puerta de los vestuarios, recibió una lluvia de felicitaciones, indiscretas y eufóricas. Para él, el día de su cumpleaños suponía una fecha más; no comprendía por qué motivo debía celebrar haber superado trescientos sesenta y cinco días más de vida. De hecho, su rutina no cambiaba a causa de aquella fecha. Sin embargo, su amigo Edipo no opinaba lo mismo. 

–Hoy es el cumpleaños de mi compi –había repetido a lo largo de la jornada, y le daba igual cuántas veces Olmedo le reprendiera para que dejara de proclamarlo, porque él seguía, erre que erre, anunciándoselo al mundo.

El sol se ponía en el horizonte cuando terminaron su turno, tiñendo las olas de naranja.

—¿Vas a celebrarlo? —le preguntó Edipo mientras avanzaban en coche por la carretera.

—Sabes que no es mi costumbre —le respondió Olmedo antes de sacar una cajetilla de cigarros. 

Le ofreció uno a su amigo, pero este lo rechazó con un movimiento de cabeza. Olmedo encendió el suyo y volvió a cerrar la gaveta. Dio una primera calada y exhaló plácidamente el humo. 

—Ahora, hablemos en serio —Edipo retomó el tema, golpeando con el dedo índice el volante. —. Tenemos que festejarlo: eres un año mayor. —Aparcó el vehículo para poder convencer a Olmedo—. Hagamos una cosa —comenzó a persuadirle—: cita a las personas que tú sientas más cercanas, en algún bar que te guste — gesticulaba al hablar—. O, si lo prefieres, reúnelos en mi casa si te resulta más cómodo.

Olmedo sujetó el cigarrillo entre los dedos, evitando el contacto visual con su amigo. Observó cómo la ceniza se consumía lentamente. Estaba abrumado. No celebraría su cumpleaños. Llegaría a su piso, se metería en la cama, disfrutaría de la oscuridad y de la soledad en su habitación, hablaría consigo mismo y se quedaría dormido, para no prolongar el día.

Pero no era tonto; llevaba tiempo dándole vueltas a otra posibilidad. Si decidía romper con las tradiciones, para, contra todo pronóstico, tomarse unas birras con Edipo… La idea no le sonaba descabellada. Podrían reírse un rato, disfrutar de su círculo cercano de amigos, brindar por su cumpleaños.

—Pues… —volvió a inhalar el humo y lo aguantó, dejándolo escapar entre sus labios lentamente, disfrutando de la calma que le transmitía— te reconozco que no me disgusta la propuesta. –Dejó caer la ceniza consumida en la acera. La luna iba ganando en fulgor— Pero prefiero que sea en un bar.

—Lo que el cumpleañero ordene —Edipo imitó de mala manera un saludo militar.

Pasaron unas horas sentados en un sofá de varias plazas entre conversaciones triviales. En cuanto el reloj marcó la una, sin previo aviso, Edipo plantó delante de Olmedo un pastel con una sola vela.

–Vamos, sopla y pide un deseo.

Sin comprender del todo la situación, el amigo le miró confundido. Después miró a la vela. Y luego a Edipo, y luego a la vela, y luego a Edipo, y luego a la vela, y luego al bizcocho de chocolate, que era su dulce favorito, y luego a la pequeña llama. Entonces, con un nudo en la garganta y sin poder disimular el movimiento nervioso de una de sus piernas, arriba y abajo, arriba y abajo, entendió que si soltaba la mano al pasado podría disfrutar de aquel círculo de amigos en el que se sentía querido. Aunque hubiese llorado tantas veces, abrumado frente a un mundo demasiado grande para alguien tan pequeño como él, se sentía agradecido por tener personas tan buenas a su lado.

Limpiándose las lágrimas, decidido a sanar las heridas de una infancia cruel y aceptó el motivo de aquella celebración por haber superado trescientos sesenta y cinco días más de vida. Beber junto a aquellos que apreciaba era un regalo más que suficiente.