XVI Edición
Curso 2019 - 2020
Un amigo diferente
Pablo González Soldevila, 14 años
Colegio El Prado (Madrid)
Entró en el colegio y lo primero que hizo fue buscar qué aula le había correspondido. Era su primer día en aquel centro, pues hasta entonces había vivido en otra ciudad. Bajo sus gafas mostraba una mirada tímida y curiosa. Por fin se encontró en la larga lista de nombres. Juan, que estaba cerca del tablero de información, le tendió la mano.
–Hola –le saludó–. ¿Eres el nuevo?... Me parece que estás en mi clase.
–Sí; me llamo Alonso –le respondió con un tono de voz inseguro mientras le estrechaba la mano.
Amablemente Juan lo animó a seguirle. Una vez en el aula, se sentaron juntos. Y desde aquel momento se hicieron inseparables.
Cuando con dieciocho años terminaron el colegio, Juan recibió un regalo de sus padres: una motocicleta. Lo primero que hizo fue ir a la casa de su amigo para enseñársela.
–Déjame probarla –le pidió Alonso.
–Pero si no tienes carnet. Además, seguro que tus padres no te dan permiso –se excusó con rotundidad.
–¿Permiso? No tengo previsto decirles nada. Será un secreto entre tú y yo. Anda, vamos –insistió–, déjamela. Solo daré una vuelta a la manzana.
–Vale –se rindió–, pero ve con mucho cuidado. Como te ocurra algo, se nos cae el pelo a los dos –concluyó dubitativo.
Un par de minutos después la vida de Alonso cambió para siempre: perdió el control de la motocicleta, que le lanzó contra una farola. No tenía casco.
El muchacho quedó postrado en una silla de ruedas el resto de su vida.
Durante los meses que estuvo ingresado, no hubo ni un solo día en el que Juan no fuera a visitarle. Compartieron partidas de mus con los padres de Alonso como rivales, días y tardes de estudio, partidos de fútbol en la televisión de la habitación… ¡y con palomitas!… hasta que Alonso, muchos meses después de su ingreso, recibió el alta. A partir de aquel día tuvo que aprender a vivir de una forma distinta, pues además de no poder caminar necesitaba ayuda para para manejarse.
Mientras tanto en la vida de Juan apareció Patricia, quien no impidió que ambos amigos continuaran viéndose e hicieran los mismos planes de siempre, acompañados en ocasiones por ella. Así comenzaron una nueva etapa.
Años después Juan y Patricia se casaron; Alonso fue el primero de los testigos de la ceremonia. Y cuando pocos meses después Pablo llegó al mundo, el matrimonio no tuvo duda al elegir al padrino de bautismo del niño. Nada más recibir la noticia, Alonso rompió a llorar.
Veinticinco años más tarde, en la celebración de sus bodas de plata, Alonso quiso dedicar a Juan unas palabras de agradecimiento por tantos años de amistad:
<<Juan, eres un claro ejemplo de lo que significa la palabra “amistad”. Siempre has estado a mi lado para echarme una mano en aquello que necesité. Tu compañía durante los meses de hospital me ayudó a ver aquella trágica situación con paz y alegría. Gracias a ti me enfrenté al futuro y pude salir adelante. Y más tarde, cuando Patricia apareció en tu vida, no me dejaste de lado. Ella tampoco. Al contrario, continuasteis a mi lado, ayudándome a mejorar. ¿Quién lo hubiera dicho aquel día que nos conocimos en la entrada del colegio. Pues aquí estamos los dos, celebrando vuestras bodas de plata junto a Patricia y tus dos hijos. No encuentro palabras para agradeceros todo lo que hacéis por mí>>.
Juan no pudo contener las lágrimas. En unos segundos recordó su vida al lado de Alonso. Aunque habían pasado muchos años, no conseguía quitarse de la cabeza el momento en el que le entregó las llaves de la moto. Aquel día su amistad se puso por encima de la prudencia, del sentido común. No estuvo bien. Incluso podría haber resultado más grave, pues Alonso puso su vida en juego. Sin embargo, la amistad está por encima de los errores.
Juan tomó una copa de vino, se levantó de la mesa y, después de rogar silencio, gritó:
–Alonso, va por nosotros. ¡Salud!