XVI Edición
Curso 2019 - 2020
Un amigo es para siempre
Marina Ñíguez, 17 años
Colegio Altozano (Alicante)
Se quedó sentado al borde de la carretera, donde Alicia le había dicho que la esperara. Ella se había marchado, pero él tenía fe en que volvería. Después de todo, ella nunca había roto una promesa.
Se habían conocido cuando ambos eran muy pequeños, en la fiesta del quinto cumpleaños de Alicia, y se habían convertido en amigos inseparables, casi como hermanos. A veces incluso dormían en la misma cama, y uno ahuyentaba los miedos del otro.
Recordó con cariño algunos momentos de aquella larga amistad. Todas las veces que la había acompañado al colegio, cuando ella le había presentado a sus amigos, a sus profesores, a su primer novio... Las visitas a casa de la abuela, que cocinaba las mejores chuletas del mundo. Las vacaciones, cuando él se pasaba los días esperando a volver a verla y al llegar, la cubría de besos, o aquella vez que rompió sin querer sus zapatillas favoritas y no supo cómo consolarla.
En la soledad de la carretera, sus recuerdos le llevaron de viaje a su hogar. Los blandos cojines sobre la cama, la mullida alfombra, el agradable calor de la calefacción, la copa del árbol que se veía desde la ventana del salón, siempre bullendo con el canto de los pájaros que habitaban sus ramas…
Pasaron las horas y Alicia no volvía. Él sentía que algo no estaba bien, pero trató de no pensar en ello. No quería admitir que quizá su amiga ya no le quería. Era cierto que en los últimos años había tenido algunos problemas de salud. Que ya no oía tan bien como antes, que sus ojos empezaban a nublarse y que sus pasos eran cada vez más lentos y pesados. Pero Alicia le había prometido que le querría sin condiciones. Que serían inseparables. Que volvería.
Quizá no era una buena idea fiarse de las promesas de una niña de cinco años, pero era lo único que tenía, así que se aferró a esa esperanza, sabiendo que su amiga nunca le había mentido. Y esperó.
Esperó.
Y se cansó de esperar.
Había caído la noche, trayendo consigo el frío y la oscuridad. Entonces echó a andar en la dirección en la que había visto desaparecer el coche de Alicia. Caminó toda la noche, hasta que el sol del amanecer le dejó ver, a lo lejos, los edificios de la ciudad.
De repente vio una gran luz que se acercaba. Luego ya no vio nada más.
***
El conductor detuvo el coche en seco, abrió la portezuela y bajó. Al arrodillarse sobre el asfalto comprobó, apenado, que el perro no había sobrevivido al impacto.