VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Un cambio de rumbo
Isabel Rodríguez Maisterra, 15 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

−Sabía que te encontraría aquí.

−Hola María –contesté sin volverme.

−Me han dicho ingresas en una academia de profesionales el mes que viene.

Levanté la vista y la miré a través del espejo de la gran sala de ballet.

−Te han informado bien. Pero voy a dejarlo.

−¿Dejarlo?

Me puse una sudadera sobre el maillot y unos pantalones encima de las medias.

−¿Estás loca?

−No. Hoy he venido a despedirme de todo esto.

Salí de la sala después de apagar las luces. María me siguió.

−¿Y qué vas a hacer?

−Tengo una beca en la universidad y voy a estudiar lo que me gusta.

−¿Lo que te gusta? Yo creí que era bailar, dedicar tu vida al baile.

−Dedicar mi vida al baile… Nací prácticamente con las zapatillas puestas, me he criado en estas salas. He pasado más tiempo apoyada en una barra que sentada en un pupitre. He bailado en auditorios más noches que las que he salido con mis amigas. Pienso que ya es suficiente el tiempo perdido entre estas paredes.

−Así que, ¿no es con esto con lo que sueñas?

−Soñaba con esto porque no se me había ofrecido otra cosa. Es lo único que me han estado enseñando desde que era una niña.

−Entiendo.

−Un día un amigo me estuvo hablando de carreras universitarias, de salidas profesionales, de su proyecto de vida, de sus sueños… ¿Y sabes qué? Me di cuenta de lo mucho que la vida nos ofrece, ¡de lo mucho que me podía perder...! Ahí fuera hay algo más que pliés o developés.

Salimos a la calle y anduvimos un rato en silencio.

−¿Qué dirán tus padres? –dijo finalmente María.

−Se darán cuenta de que he madurado y que decido por mí misma. Puede que no me apoyen, pero es un riesgo que hay que correr.

Nos detuvimos ante un edificio: el auditorio donde había bailado tantas veces.

−¿Probamos a entrar? –pregunté.

Una de las puertas traseras estaba abierta y no parecía haber nadie. Nos deslizamos tras ella y al poco nos encontramos sobre el escenario. Todo estaba oscuro. Reinaba un silencio sepulcral. María encendió los imponentes focos.

−¿De verdad vas a decir adiós a esto?

Reconozco que la sensación de bailar sobre un escenario, bajo los focos, con esos maillots tan brillantes es comparable a muy pocos placeres. En ese momento casi podía oír la música y ver al público. Pero era consciente de que toda elección implica una renuncia.

−María –dije mirándola a los ojos− mi escenario, a partir de ahora, será el mundo.

Hay muchas cosas que no se puede bailar al son de Chaikovski y mucho que aportar a la sociedad, pero no con zapatillas rosas en los pies.

−Solo por curiosidad, ¿qué te ha llevado a tomar esta decisión?

−Descubrí que, aparte de bailar, hay otras cosas que me gustan, que se me dan bien, que puedo enseñar al mundo…

Miré divertida a mi amiga.

−¿Te das cuenta de que estamos solas en el escenario del auditorio, con los focos encendidos?

Las dos nos echamos a reír.

−Nos podemos llevar una buena bronca.

−No creo que nos pillen, ¿bailamos algo?

Sin más, María puso a todo volumen los altavoces del móvil, y no precisamente El lago de los cisnes… Empezamos a bailar al ritmo de lo último de Britney Spears. Nos estábamos divirtiendo mucho.

−¿Quién anda ahí?

Apagamos la música, los focos y salimos corriendo por donde habíamos venido.

Ya a salvo, en la calle, soltamos una carcajada.

−¿Tomamos un helado? –propuse.

−¿Invitas tú?

Sonreí.

−Todavía no me has dicho que piensas estudiar –volvió María al tema.

−Periodismo e Historia. Ah, y luego un máster en Moda.

−¿Qué?

−Escribiré artículos, novelas históricas y criticaré las nuevas tendencias de cada temporada.

−Suena bien.

−Pero no quiero imaginarme una vida perfecta y ya hecha.

−¿Por qué?

−Porque podemos tener claras nuestras metas, pero los sueños se moldean con el roce de la vida. ¿Chocolate y nata?

−¿Qué? Ah, sí...