XVI Edición
Curso 2019 - 2020
Un desconocido
María José Sala, 17 años
Colegio Altozano (Alicante)
–Adiós Helena, nos vemos en clase.
–Hasta luego, Alba. ¡No te olvides los apuntes!
En cuanto se abrieron las puertas automáticas de la biblioteca, el frío de la calle hizo que Helena se arrebujara en su abrigo. Se lo abrochó hasta el cuello y se embutió unos guantes rojos. Se ajustó los auriculares y empezó a caminar hacia su casa.
Un rato después, mientras tarareaba una canción por la alameda del parque, sintió que alguien iba detrás de ella. De hecho, cayó en la cuenta de que la seguía. Sospechó que caminaba a su zaga desde que salió de la biblioteca. Se sintió incómoda, así que aceleró el paso.
Una vez abandonó los jardines, al rodear una plaza miró de soslayo. Como se temía, aquella persona continuaba caminando unos metros por detrás. Dejándose llevar por un golpe de inquietud, apretó el paso un poco más. Por despistar a su perseguidor, en vez de cruzar la avenida Montera –que le conducía directamente a su casa–, se desvió por la calle Violeta, segura de que a aquellas horas habría gente a las puertas de los bares. Sin embargo, todo estaba vacío.
Un rato después se encontró en un callejón que desembocaba en las afueras del pueblo. Se había equivocado al elegir el trazado de su carrera. Como vio que la silueta se adentraba, echó a correr para perderse entre unos frondosos árboles, con la luna como única luz y guía.
<<No te pares, por lo que más quieras>>, no dejaba de repetirse.
Pero el desconocido se acercaba más y más, hasta que la alcanzó y le dio un empujón. Helena cayó al suelo y comenzaron a forcejear. Buscó algo para golpearlo. Tanteando el suelo con los dedos, encontró una piedra, con la que golpeó a aquel hombre en la cabeza.
Un par de horas después Helena se encontraba en la comisaría. Los agentes le habían dado un vaso de café y una manta, para que se recobrara del frío. Ella no estaba segura de qué había ocurrido con su perseguidor. Lo vio derrumbarse, pero no recordaba qué sucedió a continuación.
Cuando sus padres entraron en las dependencias, sus temores se evaporaron. Se levantó, abandonando la manta sobre la silla, y corrió a sus brazos. Al fin estaba a salvo.