IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Un frío día de enero

Marta Cabañero

                 Colegio IALE (Valencia)  

-¡Leire, baja al sótano, deprisa! -gritó Valentina.

Leire se levantó y saltó los escalones de dos en dos. Al llegar a la pequeña habitación, encontró a Valentina sentada en el suelo con un paquete sucio entre las manos.

-¿Qué es eso? –preguntó sin comprender.

-Lo acabo de encontrar debajo del último cajón de la cómoda de tu abuela.

La muchacha se acercó y tomó con cuidado el paquete. Le dio varias vueltas al tiempo que se sentaba al lado de Valentina.

-¿Por qué no lo abres? –inquirió su cuidadora.

-No sé lo que puede contener... –sus ojos chispeaban curiosidad-. Está escrito el nombre de mi abuela.

La emoción recorrió su espalda. No había conocido a su abuela, ni siquiera en fotos. Sin más preámbulos, desgarró el paquete y esparció su contenido por el suelo: docenas de cartas, postales y otros papeles.

No se lo podía creer. Siempre había deseado conocer a su abuela. Su madre le había contado que murió a los 27 años, un frío día de enero. Era de las pocas cosas que le había sonsacado, ya que siempre que le preguntaba por ella, cambiaba de tema.

Con las manos temblorosas cogió una carta y descubrió que era de su abuelo. En el papel hablaba de un lugar en el que le hacían trabajar duro. Se refería a un campamento militar en el que se levantaban muy temprano. Leire comprendió que hablaba de la Guerra.

Luego tomó otra carta, esta vez escrita por su abuela. Decía que Andrea (la madre de Leire) crecía muy rápido y que empezaba a caminar. Se despedía insistiendo en lo mucho que le recordaba, que le echaba de menos a todas horas y que esperaba que aquella pesadilla se acabara pronto. Junto a la carta había una fotografía en blanco y negro de una mujer muy guapa con una niña en brazos. A Leire se le llenaron los ojos de lágrimas con el pie de la foto: “Mira qué guapa sale Andreita. Te queremos”.

Leyó aquellas frases varias veces, al tiempo que Valentina le abrazaba. Su abuela era alta para la época y muy guapa. Tenía los ojos grandes. Leire supuso que azules, como los suyos. Pero aquella mirada transmitía una tristeza honda, causada por la ausencia del hombre que más quería en el mundo.

Cuando se recuperó, siguió con las cartas. Le llamó la atención una rosa de tela en cuyos pétalos aparecía repetidamente la palabra “volveré”. Era de su abuelo. Se dio cuenta de lo mucho que se amaban y de lo que sufrieron a causa de la separación obligada por las trincheras.

Aunque las cartas eran repetitivas, leyó todas, emocionándose con cada palabra, hasta que llegó a un pliego azul que no estaba trazado con la pulcra caligrafía de su abuelo, ni tampoco con la redondeada de su abuela sino por una máquina.

“13 de enero de 1938

Estimada Sra. Díaz:

Le enviamos las pertenencias de su esposo, que ha fallecido en combate esta mañana defendiendo heroicamente el honor de su patria. Será enterrado con la Cruz de Honor al mérito militar. Esperamos contar con su presencia.

Atentamente,

Coronel Francisco López”.

Leire leyó varias veces el telegrama, tratando de asimilar aquellas palabras. Su abuelo había muerto en la Guerra.

Le atravesaron oleadas de rabia. ¿Por qué murió por una causa que no tenía nada que ver con él? Él sólo quería que aquello acabara para volver al lado de su mujer y su hija.

Enfurecida, buscó la carta con la que le habría respondido su abuela al coronel López, pero no la encontró... Entonces cayó en la cuenta de que su abuela nunca respondió y supo que no fue al entierro. Y entendió por qué su abuela había muerto un frío día de enero.