XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Un molde de galleta

Carmen Morote García, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Por fin había llegado la fecha, después de trescientos sesenta y seis días de espera —había sido año bisiesto—. Muchas cosas habían pasado en los últimos doce meses: el fallecimiento de su padre y el nacimiento de una sobrina, sin ir más lejos. Notaba que la familia se había distanciado entre sí, sus hermanos sobre todo. Por eso tenía tanta ilusión con el día de Reyes, pues de nuevo iban a reunirse.

Inés se revolvía nerviosa y daba saltitos de entusiasmo mientras esperaba, frente a la puerta cerrada del salón, a que sus hermanos aparecieran. Se preguntaba cuál le habrían traído de los regalos que había pedido: ¿la bicicleta, la nueva Wii o un MP3?...

En cuanto sus hermanos mayores aparecieron por el pasillo, la pequeña (había cumplido doce años, pero era la menor en su familia y la trataban como tal) se abalanzó con nerviosismo hacia el picaporte. Al pie del árbol de Navidad se encontraban multitud de paquetes envueltos en llamativos papeles de regalo. Inés miró a un lado y a otro, buscando los que llevaran su nombre, pero no los encontró. Al mismo tiempo, sus hermanos abrían los regalos sin demasiado entusiasmo. Descubrieron teléfonos móviles, ropa y zapatos, pero sin que se escuchara ninguna exclamación de alegría.

—Inés, ¡aquí está el tuyo! —la llamó su madre, que le entregó un paquetito.

La pequeña lo miró sorprendida por su minúsculo tamaño. ¡Era imposible que una Wii o una bicicleta cupieran allí dentro! ¿Sería el MP3?... Su sorpresa fue mayúscula cuando rasgó el envoltorio: era un molde para hacer galletas, con la forma de un monigote.

Para Inés fue como recibir un jarro de agua fría. Su cara mostró una enorme desilusión y sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Pero se negó a llorar delante de los suyos.

—Vamos, no te pongas triste —le dijo su madre—. Voy a enseñarte el uso de este molde.

Inés la miró molesta.

—¿Su uso? —le preguntó con cierto desprecio—. Para qué va a servir sino para hacer galletas.

Pero la madre la tomó de la mano y pidió a los hermanos que las siguieran hasta la cocina.

La observaron con sorpresa mientras sacaba de las estanterías los botes de harina y azúcar, la botella de aceite y unos cuantos huevos. La pequeña se le acercó dispuesta a ayudarla y poco a poco, con cierta desgana, sus hermanos se fueron sumando.

La cocina de los Domínguez se transformó en un obrador. Los dos mayores, Javi y Carmen, se encargaron de mezclar todos los ingredientes, Inés y Álvaro amasaban y Pablo ayudaba a su madre a limpiar y recoger. Después de un rato, se sentaron a degustar los dulces.

Pasado un tiempo, cuando su madre se disponía a sacar la segunda tanda de galletas, Inés se percató de que se le había pasado el disgusto, y entonces se dio cuenta: su regalo, el que tanta decepción le había causado, era en verdad un artefacto maravilloso que había sido capaz de unirles en una actividad divertida.

Entre risas y bromas Inés agradeció en silencio a los Reyes Magos su genial idea, y se abalanzó a por otra galleta.