VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Un recuerdo para no olvidar

Estrella Píriz, 16 años

                  Colegio Puertapalma (Badajoz)  

-¡Niños, a la cama...!

-Nooo... -protestaban al unísono

-¡Oh, sí! Así podré librarme de vosotros.

Así era mi madre, que por las noches se ponía muy teatrera. Hasta tenía un papel: mis hermanos la llamaban “La Malvada Capitán Somnífero”, pues su objetivo de todas las noches era atraparles y echarles un poderoso hechizo que consistía en contarles un cuento que los embrujaba hasta dejarles profundamente dormidos.

-Primero tendrás que cogernos. No nos rendiremos tan fácilmente -decía mi hermana.

-Bien dicho –animaba mi hermanito con mirada desafiante, porque no entendía el significado del verbo “rendirse”; él no era de esos.

-Así que ya volvemos a tener al equipo “Car” contra Capitán Somnífero… Mmm… Esto se pone interesante…

Mamá les llamaba equipo “Car” porque sus nombres eran Carmen y Carlitos. Carmen, de ocho años, tenía el pelo corto, rubio y rizado, salpicada de pequitas alrededor de la nariz y con unos grandes ojos azules. En cambio mi hermano tenía el pelo castaño, siempre despeinado y con un rebelde remolino en la frente. Sus ojos oscuros tenían siempre un destello de picardía.

-Ya estamos como todas las noches. ¿Cuento el final, mamá? –dije con sarcasmo mientras hojeaba una revista.

-¡Buuu...! ¡Fuera! -me abuchearon mis hermanos.

-¿Habéis oído eso? -mi madre ponía una ensayada voz de asombro-. ¡La Bruja Aburrida ha estado a punto de desvelaros el final!

-¡Uhhh! -me sacaban la lengua y hacían carantoñas.

Por cierto, yo soy la Bruja Aburrida.

-¿Qué castigo le pondremos a nuestra aburrida Paula?

-Que nos cuente ella un cuento.

Acababa de cavar mi propia tumba.

-No... Bueno, yo…

-Las excusas no sirven ahora para nada. ¡El pueblo ha hablado y yo soy la Ley -firmó mi madre antes de salir de mi habitación con la cabeza bien alta.

Para mi sorpresa, cuando al fin me decidí a acercarme al cuarto de los pequeños para narrarles el cuento, Carlitos estaba en la cama, sin arropar y con el pijama a medio poner, profundamente dormido. Carmen, sin embargo, se había quedado sentada con semblante serio.

-Ven que te arrope -le dije.

-Ya soy mayor... Puedo hacerlo sola.

Cuando terminó, se tumbó para ponerse de lado, dándome la espalda.

-Hazme un huequito, por favor -le solicité con cariño.

Hizo ademán de no haberme escuchado, pero enseguida recapacitó y se movió un poco.

-¿Sabes...? -habló en un tono casi inaudible-. A veces, cuando mamá cree que estoy dormida y tú estás en tu cuarto, la oigo hablar.

-¿Hablar..., con quién?

-Con papá.

Me recorrió un escalofrío. Nuestro padre murió dos años antes.

-¿Con papá, dices?

-Sí -se dio la vuelta y me miró a los ojos-. Sé que toma la foto que hay en el salón y le cuenta lo que hemos hecho durante el día, lo que la profesora le dice de Carlitos y vuestras peleas.

Las discusiones entre mi madre y yo eran últimamente muy frecuentes.

-Nuestras peleas... ¿Es que sólo le cuenta lo malo?

-No, Paula. En realidad, le habla mucho de ti. Dice que te estás haciendo mayor y que se siente orgullosa de ti. Y cuando termina y se marcha a su dormitorio, me levanto para llevarme la foto para dormir con ella. Mamá me la quita por la mañana, antes de que me despierte, y la vuelve a poner en su sitio.

-Por eso no le habla de ti, ¿verdad?

Negó con la cabeza.

-Yo no me acuerdo de él -suspiró-. He olvidado su voz y su olor.

Guardamos silencio durante unos minutos. Pensé que los niños entienden y sienten cosas que los mayores consideramos que les quedan grandes.

-Cuando tenía tu edad, mamá solía recogerme en el colegio. Los viernes era papá el que se encargaba de mí. Dábamos largos paseos, comprábamos chucherías y después nos íbamos al parque.

-¡Qué guay!… -exclamó Carmen con fascinación.

-Hubo un viernes diferente a los demás, que me cambió lai vida para siempre… -A Carmen le había desaparecido el sueño; me miraba con los ojos como platos-. Papá me esperaba en la puerta del cole, pero esta vez él había comprado las chuches y en lugar de dar un paseo cogimos el coche. <<¿A dónde vamos?>>, le pregunté sin poder contener mi curiosidad. <<Pronto lo sabrás>>, me contestó misterioso. Llegamos al hospital y nos sentamos en las escaleras de la entrada, me dio mi bolsa de chuces y empezamos a comer. <<Te estarás preguntando qué estamos haciendo aquí en lugar de ir al parque>>. Asentí seriamente con la cabeza. No me gusta nada ese lugar. <<¿Sabes dónde estamos?>>, preguntó señalando al edificio que teníamos a nuestra espalda. <<Es el hospital>>. <<Sí, pero no es un hospital cualquiera. Paula, aquí naciste tú. Y dentro de unas horas, aquí nacerá tu hermana>>.

-¡Esa soy yo! -Carmen alzó la voz.

-Este es el recuerdo que recupero todas las noches antes de acostarme, para tener más presente a papá y así no olvidarlo. Y quiero que tú hagas lo mismo, que cada noche vuelvas a vivir algún recuerdo.

-Un recuerdo para no olvidar…

Cerró los ojos, sonrió e inspirando profundamente se quedó dormida. Entonces me levanté, arropé a los dos, salí del cuarto, cerré la puerta y dejé que mi padre y mi hermana se reencontraran.