VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Un simple gesto

Isabel Trius, 16 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Me encontraba temblando cuando una mujer entró en la sala. La lámpara de techo alumbraba con su luz cenital la estancia, amueblada únicamente por una mesa y dos sillas. En una de ellas me había sentado yo.

-Buenas tardes, Soraya. ¿Cómo estás? –balbucí.

Pensé que los hombres de la americana, que nos observaban desde detrás del cristal estarían cada vez más seguros de mi culpabilidad.

-Me gustaría que escribieras las palabras que voy a dictarte. Así comprobaremos si eres o no autora de esa carta.

Asentí con la cabeza a su petición.

Aquella mujer era, en ese instante, dueña de mi destino. Sabía que era grafóloga, así que podría desmentir o constatar las acusaciones que se formulaban en contra de mí, únicamente estudiando mi letra y comparándola con la del escrito. En definitiva, podría ser la causa de que me llevaran a la cárcel. Bastaría que dirigiera su pulgar hacia abajo, como los césares de la antigua Roma.

Hacía cinco días que me habían arrestado. Me acusaban de ser autora de una carta dirigida al director general del aeropuerto de Barcelona. En aquel papel estaba escrita la amenaza de un atentado. El dibujo de mi letra se parecía al de la carta. Para colmo, había discutido con aquel hombre en su despacho; una hora más tarde allí mismo apareció la carta. Todas las pistas apuntaban a mí. Era una batalla perdida. No sabía siquiera por qué se molestaban en buscar a una grafóloga. Estaba dispuesta a lo peor, aunque una parte de mí alentara un milagro que consiguiera exculparme.

Sentada frente a mí, la mujer inició su dictado. Tomé el bolígrafo con la mano izquierda cuando advertí su sorpresa. Dejó de leer y me preguntó si era zurda. Al ver que asentía, continuó pronunciando palabras en voz alta: “fraude, carta, culpa, xenofobia, cárcel, turista”... Sin duda, eran vocablos previamente escogidos. Terminé la copia y se marchó con mi caligrafía. Un agente me dijo que en diez minutos tendrían los resultados. Se me hicieron eternos.

La mujer regresó a la habitación aislada y me saludó con una sonrisa.

-Soraya, ha sido muy fácil; eres inocente. Entre muchas otras pruebas, la principal es que eres zurda y el autor de la carta es diestro.

Me dio un vuelco el corazón. No sabía qué decir.

-Hoy mismo presentaré mi conclusión al juez y mañana podrás volver a casa.

Salté de la silla y la abracé, llena de júbilo. Su pulgar se elevó al cielo, y con él mi agradecimiento.