VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Un sueño entre líneas

Emilia Carrasco Aguilar, 14 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Diana se sentaba por las tardes bajo al árbol centenario. Allí leía o buscaba inspiración para sus relatos. La novela que se había traído aquella tarde era “La Iliada”, de Homero. No le atraía mucho, pues pensaba que su argumento se le quedaría antiguo y que no se enteraría de nada. Pero su profesora de Lengua le había encargado un trabajo y tenía que leerlo.

<<Todo empezó con el rapto de Helena de Esparta por Paris de Troya….>>

De pronto el suelo tembló y todo se volvió oscuro. Ya no estaba en el jardín, debajo del árbol. Mareada, cerró los ojos y esperó a que pasase aquella terrible sensación. Al abrirlos descubrió que se encontraba en un lugar extraño, un campo llano, casi sin vegetación, excepto por un pequeño bosque que lo atravesaba.

Mucha gente corría de un lado a otro. A Diana le pareció que estaban huyendo de alguna amenaza, porque oía gritos de desesperación. Salió de las sombras. Al ver que un grupo avanzaba hacia ella, dispuesto a apresarla, huyó hacia el bosque y se ocultó entre la maleza. No veía nada. Oyó pasos. Eran de dos cabalgaduras.

-¿Lo has traído?-dijo un hombre que montaba un corcel blanco. Vestía una túnica de color púrpura y llevaba una bolsa de oro.

-No dudes de mí, Odiseo -comentó el otro. Su caballo, por el contrario, era negro, con una extraña marca en la frente, parecida a un lucero. En la mano llevaba un pergamino.

-No dudo. Simplemente, el tiempo apremia. Si el rey Menelao ha dado su consentimiento, no admitirá retrasos, Arístides.

-Cierto, querrá recuperar a Helena lo antes posible. Ve a la casa y reúnete allí con los jefes. Ellos ya están avisados. Yo acudiré a palacio.

Diana comprendió que formaba parte de la Iliada, que hablaba sola y podían descubrirla. Odiseo y Arístides se despidieron y fueron cada uno a su destino.

Diana siguió de lejos a Odiseo. No era nada fácil, ya que estaba oscureciendo y aquel soldado cabalgaba. Ella se puso a correr. Odiseo pasó un buen rato antes de llegar a la casa donde le esperaban los demás jefes de las tropas de Esparta: Epeo, Patroclo, Eneas y Aquiles.

-Llegas tarde, Odiseo, aunque eso es lo de menos si traes el permiso -le saludó el más alto de todos, llamado Epeo.

-Por supuesto. Discutamos dentro -miró de refilón-, podría haber algún espía de Troya.

Diana apoyó el oído a una ranura de la puerta.

A Odiseo se le había ocurrido fabricar un perro gigante, en cuyo interior se podrían esconder cinco hombres, pero Diana sabía que el animal adecuado no era un can sino un caballo. Tenía que hacer algo. Paseó por el pueblo hasta que se encontró un cuartillo con ropas. Se las puso, y corrió hacia la casa. Una anciana se acercó a ella.

-¿Qué haces, chica? -La señora parecía leerle el pensamiento-. Toma mi manto; te ayudará en la tarea. Dí que te envía Atenea, la diosa de la sabiduría. Si apareces así vestida, te escucharán.

Cuando la anciana se quitó el manto, Diana pudo ver el pie de la anciana. Se sorprendió: la piel lucía tersa y joven. Tuvo la extraña sensación de que se trataba de alguien muy especial. Se marchó a la casa.

Cuando llegó fingiendo ser Atenea, irrumpió en la sala aires de majestuosidad.

- ¡Mortales! Deberíais recapacitar vuestras decisiones. Un perro no es buena idea para hacer frente a un enemigo tan poderoso…-dijo con voz solemne y fuerte.

-¡Escuchadla! Es Atenea, nuestra más querida diosa.

Tras un largo silencio, uno de los presentes planteó una solución.

-Atenea tiene razón. El perro es un animal de la calle; no impresionaría a nadie. Así que podríamos construir un caballo gigante de madera de roble. En su interior cabrán, al menos, doscientos soldados.

Parecía que todos estaban de acuerdo.

-Sea pues, lo que tú dicess, Epeo. Saquearemos Troya y recuperaremos a Helena. Comenzaremos a construir el caballo mañana de madrugada.

Diana acababa de convertirse en una de las ayudantes del consejo. Su decisión llevaría a Troya a su definitiva caída.

La anciana que la había ayudado antes estaba en la entrada.

-Hija, -le dijo-, tu parte en esta historia ha concluido. Querría que terminases de leer el libro y vieras como acaba esta triste guerra.

Diana se sorprendió mucho al entender de labios de la señora, que la historia sería escrita.

Apenas la vieja terminó de hablar, sintió que todo cambiaba: volvía a ser como antes. ¡Estaba desapareciendo de la historia! Para no marearse, cerró los ojos y esperó. Funcionó, pues se encontraba otra vez junto al árbol y los pájaros cantaban.

Su rostro se iluminó de pronto: acababa de darse cuenta de que tenía una historia que escribir.