IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Un viaje inesperado

Sara Porcuna, 18 años

                Colegio Senara (Madrid)  

La de aquel dieciocho de julio fue una mañana calurosa. Viajábamos hacia Mallorca junto a nuestro profesor. En el puerto de Valencia, apunto de embarcar, Carlos aún no había llegado. Como su pasaje se podía echarse a perder, Alfonso y Mateo lo blandían con intención de revenderlo. Don José Luís se secaba el sudor de la frente con un pañuelo cuando Carlos apareció corriendo por la dársena todo lo aprisa que le permitía el peso de su maleta.

Mi nombre es Guillermo y os voy a contar esta historia, que sucedió el mismo día en el que dio comienzo la Guerra Civil. Nos dirigimos todos, salvo son José Luis, que prefería organizar las rutas del viaje,  a la proa del barco para disfrutar del maravilloso horizonte del mar.

Por fin llegamos a Palma. Allí nos aguardaba el primo de nuestro profesor. Nos subimos en un automóvil pequeño y renqueante que se dirigía a un pueblito cercano a la ciudad. Afortunadamente compartí estancia con Carlos en una masía humilde. El resto de nuestros compañeros se instaló en casas vecinas.

Carlos y  yo decidimos hacer una ruta turística por la ciudad. Primero nos detuvimos en un bar para apagar nuestra sed. ¡El calor húmedo de la isla era insoportable!. Pero la taberna se encontraba cerrada, así que llamamos a la puerta. No tardó en asomarse su propietario para advertirnos que marchásemos porque había comenzado la Guerra.

Nos apresuramos hacia el lugar en el que moraba nuestro profesor para comunicarle la noticia. Don José Luis dedujo que tardaríamos en volver a Valencia. Nuestra ciudad permanecía fiel a la República y Mallorca se había decantado por los sublevados. Entonces decidimos alistarnos en el ejército.

Nuestros mandos militares nos dividieron en grupos. Lamentablemente no coincidí con ninguno de mis compañeros valencianos.

Una mañana me llamaron al cuartel general para comunicarme que me iban a trasladar a uno de los frentes de la Península como teniente de Complemento de Artillería. Mi destino fue Zaragoza, en donde coincidí con un chico muy singular que se llamaba Rafael.

Una noche sonaron las sirenas que advertían del ataque enemigo. Abandonamos la cama a toda prisa. El general indicó que nos dividiéramos de cinco en cinco en cada trinchera. Cuando nos dirigíamos a ellas,  noté un gran peso sobre mí. También escuché un alarido en el que reconocí la voz de Rafael. Una bala acababa de atravesarle el costado derecho. Lo levanté como pude y corrí hacía la trinchera más cercana. Al tumbarle en el suelo me impresionó la blancura de su rostro. Sentí una gran impotencia al no poder ayudarlo. A los diez minutos le cerré los ojos y salí corriendo hacia ninguna parte,  con las lagrimas deslizándose por mi rostro.

Cuando terminó la guerra, recibimos la noticia con alegría pero con algo de tristeza por el reguero de vidas y odio que había dejado a su paso. Volví a Mallorca, donde me reencontré en el puerto con todos los que allí habíamos sido recluidos en nuestro viaje universitario. Todos teníamos un aspecto lamentable, el de quienes habían comido mal y poco durante muchos meses. Nos abrazamos y subí con ellos al barco que nos devolvería a nuestras familias.