XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Un viejo amigo

Carlota Humet, 16 años

                 Colegio Zalima (Córdoba)  

Puede que esté un poco viejo, pero todavía sirvo para llevar a Lucas al trabajo. Llevamos quince años siendo uña y carne; nunca nos separamos. Además, él odia que otras personas se encarguen de trasladarle de un sitio a otro de la ciudad, porque dice que no me conocen como yo le conozco a él, y es verdad. 

Lucas intuye cuando tengo una rueda mas floja que otra, si mi carburante está en buen estado, si me hace falta aceite... Por cierto, nos gusta ir bien equipados.

Mi trabajo consiste en captar las señales en la carretera. Soy muy cuidadoso y respeto los ceda el paso, los máximos de velocidad, etc. Para ello, tengo que estar pendiente del entorno. Además de seguir el monótono camino de casa al trabajo, del trabajo a casa, también captó momentos singulares.

Por las mañanas, cuando vamos a salir de la cochera tenemos que pitar dos o tres veces, por si acaso, porque la calle es estrecha y suele pasar gente por la acera a la que no queremos atropellar. Es curioso, habitualmente nos cruzamos con la misma señora paseando a su perrito. Mientras ella ni siente ni padece los bocinazos, él sigue asustándose de mí. 

El frutero que trabaja frente a nuestra casa nunca nos da los buenos días, pero nosotros sí. No sé por qué Lucas se empeña, cuando el gesto no es reciproco. ¡Qué sorprendentes son los humanos!... Al salir a la rotonda nos encontramos con los automóviles del barrio, que son bastante cabezotas, pues no nos permiten incorporarnos con facilidad. Por eso preferimos rodear la manzana. Así dejamos atrás el portal de los padres de Lucas, en el que no nos detenemos. Tampoco a la vuelta, lo que me extrañaba, pues las luces de su piso suelen estar encendidas. 

Cruzamos una gran avenida cuando los negocios abren sus puertas. Y hacemos una parada en Gaudí, que es la cafetería favorita de Lucas. No sé por qué llama Raulín al camarero, ya que su nombre es Pedro, un tipo divertido que todos los días le sirve el mismo desayuno, aunque nunca he visto que mi dueño se lo pague.  

Ayer Lucas tuvo una discusión por teléfono con su padre. Fue un día diferente. Ni pitó para advertir a los viandantes nuestra salida, ni saludó al frutero, ni llamó a Pedro con el apodo cariñoso para pedir el desayuno. Me sorprendió, porque no suele comportarse así. Además, tuvo una riña con su novia. Ella le acusó de que nunca visita a sus padres, que lo echan de menos. Ciertamente, la falta de tiempo de Lucas nunca ha sido el problema, sino su falta de interés. Mi dueño se defendió como pudo, pero sabía que no llevaba la razón.

Esta mañana nos dirigimos al trabajo como cualquier otro martes y, de pronto, decidí sorprenderle: empecé a echar humo por el capó. Paramos en seco, justo enfrente del edificio de sus padres. Lucas, asustado, llamó a su madre para que bajara a ayudarle. Telefonearon a la grúa y mientras la esperaban, se pusieron a hablar acerca de sus respectivas vidas. Terminaron por reconocerse que cada uno de ellos faltaba en la vida del otro. Ángela le invitó a subir a comer y también a solucionar los problemas con su padre. Lucas aceptó. 

Así es como he devuelto a mi amigo todos los cuidados que me ha regalado. Sé que desde hoy, ese portal será parada reglamentaria después del trabajo.