XVI Edición
Curso 2019 - 2020
Una botella de vino
Carlota Humet, 16 años
Colegio Zalima (Córdoba)
No lograba encajar las piezas del puzle. Estaba desesperado.
<<¿Es que no sé hacer bien mi trabajo, o realmente las pruebas no son concluyentes?>>.
El inspector de policía anhelaba que hubiese avances en el caso, pero no los tenía. Sentado en un banco a las afueras de Cáceres, se fumaba un cigarro. El tabaco se consumía. Las cenizas caían al suelo. El tiempo pasaba… Y seguía confiando en que se haría luz la justicia.
Una joven se acercó a él desvergonzadamente, con una bolsa de chuches en la mano, y una sonrisa que se desvaneció́ en cuanto vio su cigarrillo.
-¿Por qué fuma?-le cuestionó.
-No todo en esta vida es sencillo, chica. Fumo aunque sé que no es bueno, pero me hace feliz.
-Entonces... ¿todo lo bueno es malo? -volvió a preguntar-. ¿Y podríamos depender de una persona como si de una droga se tratase?
Al policía se sorprendió la sencillez de aquella muchacha.
-Por suerte o por desgracia, así es. Por ejemplo, el amor nos hace depender de otro, hacer cosas sin sentido, que nos lancemos con los brazos abiertos, confiados, sin paracaídas.
-Mi madre dice que el amor es como el veneno. Que al principio todo lo malo es invisible, y que cuando lo tomas no sabes si acabará matándote -opinó la chica, que tomó asiento al lado del inspector.
Juntos dirigían la mirada hacia el atardecer que caía sobre la ciudad. Una nube de teorías perturbó la tranquilidad del inspector:
<<¿Veneno?... ¿Y si Olga asesinó a su amante con un veneno letal, y por eso se presentó aquella noche en su casa con una botella de vino?>>. Las piezas del puzle comenzaban a encajar. <<¿Como no lo había pensado antes?...>>.
Rápidamente telefoneó a la comisaria y ordenó un registro del apartamento.
–En cuanto encontréis la botella, enviadla al laboratorio en busca de restos de alguna sustancia toxica -les conminó a sus subordinados.
-¿Qué es lo que le preocupa, inspector? -la joven lo miraba, inquisitiva-. ¿Quiere que haga algo por usted?
-Acabas de hacerlo –sonrió–. Has resuelto un asesinato. Ahora he de marcharme, porque sin querer me has dado mucho trabajo –se puso en pie–. Pero antes de irme, me gustaría decirte una cosa con respecto al amor: no has de tenerle miedo. Cierto es que no tiene cura. Pero son cuatro letras que invitan a sonar, que dicen que estas vivo aunque para muchos estés muerto. No te creas a quienes dicen que el sufrimiento es parte de él, porque no es así́.
La muchacha lo miró perpleja. Sin embargo, interiorizó sus palabras. Al levantarse, sacó de su bolsa una chuche con forma de corazón y se la entregó al inspector de policía.
–Que tenga suerte y atrape al asesino –se despidió, recuperando la sonrisa que trajo consigo minutos antes.