IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Una cena para recordar

Noelia Illanas, 16 años

                Colegio Senara (Madrid)  

La cena comenzó en medio de una gran calma, y así discurrió, un poco fantasmal, apacible, hasta los postres, sin particularidad de ninguna clase, aunque no sin una creciente expectación.

La tenue luz de las dos velas rojas que iluminaban la redonda mesa junto al gran ventanal, palidecía a cada momento, reflejándose en el rostro de Shawn a cada palabra que éste pronunciaba.

Rasgó suavemente el plato con la punta del tenedor, amontonando el helado derretido como quien reúne las hojas secas en el jardín.

Esa pequeña pausa le sirvió para tragar saliva y volver a dejar brotar de su boca unas palabras que parecían llevar un perfecto orden, como si estuviesen premeditadas de antemano.

Un esbozo de sonrisa no abandonaba sus facciones en ningún momento, mientras sus ojos paseaban sobre las sombras del crepúsculo. Sin embargo su mente parecía habitar más en el pasado que en aquella celebración íntima.

-¿Recuerdas el día que nos conocimos? Estabas preciosa. Admiré el suave centelleo que producía el sol en tus ojos. Llevaba horas mirándote desde mi mesa. No podías estar quieta, y tu dulce y delicada risa llenaba el oxígeno. Sabías que te observaba, pero no me miraste ni una sola vez. Pensé que no te habías percatado de mi presencia, hasta que después de tres días en el camping te dirigiste a mí, intentando parecer furiosa. Pero los dos notamos que se te escapaba la risa.

>>Dijiste: “Perdona, ¿a caso piensas que soy un espectáculo ambulante? Piensa bien tu respuesta. Porque si me dices que no, me veré obligada a darte una bofetada. Aunque si me dices que si, me deberás el dinero de tu entrada...” Apoyabas las manos a cada lado de tu cintura de avispa, esperando mi contestación. Te respondí: “Me he dejado la cartera en el coche y no me apetece llevarme un bofetón… ¿puedo canjear las dos opciones por un beso?

>>Durante aquellos tres días había hecho todo lo posible por caer cerca de ti: le pagué a tu vecino de parcela para que la cambiara por la mía; cuando ibas a la lavandería ensuciaba mi ropa en el barro para tener que ir también… No sé cómo aguantaste hasta el último día para decirme algo. Cuando te dije lo del beso, me ofreciste tu número de teléfono. “Si lo recuerdas, llámame”.

Y te marchaste, dando pequeños brincos hasta perderte en la espesura del parque.

Shawn se rió y su sonrisa se ensancho unos milímetros más. Después, otro silencio bañó el dormitorio.

-No hace falta viajar tan lejos para recordar algo inolvidable. Hoy hace un año… ¿Recuerdas lo que sentimos al pasar por aquella fachada? Se podía comparar con un merengue de fresa. Estaba abandonada a pesar de su buen aspecto y no dudamos en entrar. Había sido un hotel. ¡Un hotel abandonado! Algo realmente extravagante.

>>Entramos en cada sala, registramos cada cajón en busca de algún señuelo, hasta que pasamos a una suite y abriste el segundo cajón de la mesilla de noche. Recuerdo tu expresión: no te lo esperabas, pero allí encontraste una cajita de terciopelo negro. No querías tocarla, creías que se la habían olvidado –Shawn guardó silencio.

Había dejado el tenedor sobre el plato y ahora ya no contemplaba las misteriosas sombras de la noche. Su mirada se había depositado en la débil llama de una de las velas, a punto de consumirse. Cruzó los brazos por debajo del pecho y se sostuvo la barbilla con la mano con gesto pensativo.

-Tuve que abrir la caja para que creyeras que te estaba pidiendo que te casaras conmigo. Te quedaste como embobada. Por un momento llegué a temer que me dirías que no, pero entonces te abalanzaste sobre mí y empezaste a llorar, susurrándome miles de veces: “sí, sí, sí, sí...”

>>No puedes creerte lo feliz que me sentí. Fui a buscar el champán que tenía escondido en la habitación de en frente. No querías que me fuera, pero te pedí que esperaras allí para que aquel momento resultara tan especial como lo había premeditado –el tono efusivo que Shawn había mantenido durante toda la noche desapareció–. No entendí que lo mejor hubiera sido dejarnos llevar por la espontaneidad. Al salir del edificio llevando en mi mano la pequeña caja de terciopelo negro, entre el murmullo de aquellas sirenas, mi cabeza permanecía embotada en tus monosílabos torpemente pronunciados.

Las velas se apagaron lentamente, con un intervalo de pocos minutos entre una y otra, oscureciéndose la estancia. Aún así, junto al ventanal se abría un boquete que dejaba pasar la luz de la luna.

Todo permaneció un tiempo invadido por un intenso sigilo, hasta que Shawn se levantó, recuperando del plato de su acompañante una pequeña caja de terciopelo negro y un porta fotos plateado desde el que una joven le dedicaba una dulce sonrisa.