IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Una conversación con la
bella durmiente

Teresa Esteve, 15 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Mientras bajaban por aquella calle que llegaba hasta el mar, Alicia le explicaba a Irene con mucho entusiasmo la carrera universitaria que quería estudiar y todos sus planes para el futuro. Irene tenía la mirada clavada en el suelo. Parecía que estaba en su mundo, pero Alicia sabía que la escuchaba, a su manera, porque Irene no solía hablar. Siempre era Alicia la que parloteaba durante horas e Irene la que prestaba atención.

Irene era muy observadora y pensativa. No se atrevía a hacer nada si antes no le había dado mil vueltas. Además, no era una chica muy extrovertida: sus sentimientos, sus dudas, sus preocupaciones y sus ilusiones se la guardaba para ella misma. Le aterraba darse a conocer con sólo una conversación. En cambio, Alicia era parlanchina y expresaba sus sentimientos espontáneamente. A diferencia de Irene, ella obraba con el corazón. Y aunque eran muy diferentes, siempre habían sido amigas íntimas.

Finalmente, llegaron a un cruce donde cada día se separaban.

-Bueno, adiós -dijo Irene mirándo a su amiga a los ojos.

Alicia sonrió. Antes de que Irene diera media vuelta la abrazó con cariño. Aquel gesto sorprendió a Irene, pero después de reaccionar, correspondió al abrazo.

-Te quiero mucho, Irene -se despidió Alicia antes de irse.

Irene esperó a que el semáforo cambiara de color. Finalmente, suspiró pensativa. Alicia aligeró el paso al ver que no pasaban coches cuando, de repente, se dio la vuelta al oír una bocina. Apenas tuvo tiempo de emitir un grito. Todo fue muy rápido: sintió como la cogían del brazo y la empujaban hasta la acera. Después, todo se volvió negro a su alrededor.

*****

Irene se sentó en la silla sin hacer ruido.

-Hola, saludó la joven con un hilo de voz.

Alicia no dijo nada. Un silencio incómodo invadió la habitación.

-Ya veo que te has hartado de que siempre seas tú la que hables, ¿verdad? -bromeó Irene con voz ronca.

Desvió la vista hacia otro lado. Había tristeza en su semblante, pero también se podía adivinar una chispa de emoción contenida.

-No sé qué contarte, la verdad -prosiguió la joven, alzando los ojos.

Alicia no respondió, seguía sin mover un músculo. Irene bajó la mirada. De pronto empezó a dar palmadas con fuerza mientras hacía ruido con los pies. Alicia ni se inmutó. Irene suspiró profundamente, abatida.

-Está bien, tú ganas. Ya llevas aquí un mes, así que voy a contarte cosas sobre mí -dijo Irene.

Esperó a que Alicia se moviera, pero ésta permaneció rígida. Finalmente Irene empezó a hablar:

-¿Alguna vez te mencioné que quiero ser abogada? Pues sí, quiero estudiar Derecho y me gustaría vivir en los Estados Unidos. Mi padre ha visitado América muchas veces y dice que es un lugar sorprendente. Ya sé, de viaje de fin de curso nos iremos tú y yo a Nueva York. ¿Qué te parece? Aunque, probablemente, estarás muy ocupada estudiando Medicina. Estoy convencida que acabarás siendo una gran pediatra. También voy a dejar la música, le guste a mi madre o no. Quiero hacer muchas cosas este año: ganar el campeonato juvenil de tiro con arco, navegar en yate por el mar, comprarme una moto y también bailar en una discoteca hasta que mis piernas empiezen a flaquear… Por cierto, ayer conocí a tu prícipe azul. ¡No me dijiste que era pelirrojo! Pero tenías razón en una cosa, tiene unos ojos preciosos. Ya podrías haberme dicho que está loco por ti. Mira que me lo has negado mil veces. Hay que ver, como si…

Irene habló y habló hasta que el sueño pudo con ella. Se durmió plácidamente, apoyada sobre el cuerpo inerte de Alicia. A la mañana siguiente, la luz del sol que se filtraba por los agujeritos de las persianas la despertó. Podía escuchar la voz de las enfermeras, que corrían de un lado a otro. El Hospital ya estaba en marcha.

-¿Irene? -se sobresaltó con una voz que conocía muy bien.

Se incorporó a toda prisa.

-Buenos días Alicia -sonrió la joven con lágrimas en los ojos.